La Granda (Gozón),

Saúl FERNÁNDEZ

La recesión mundial ya tiene fecha de defunción estimada: en 2011 el sistema, en el pozo, comenzará a emerger. El año del funeral de la crisis es una de las pocas cosas en las que coincidieron los profesores que analizaron esta semana en La Granda la salud de la economía, el tratamiento que debe seguir para recuperar su pulso infartado y, sobremanera, el futuro que vendrá después de la presente ralentización del progreso. Y es que cuatro años de obras detenidas precisan de rehabilitación, de una borrachera de oxígeno. En 2011 los números dejarán de caer, pero eso no significa que el sistema se habrá recuperado. A partir de entonces comenzará la escalada, la subida del valle sin dinero, todo, para conquistar la tranquilidad. Cuando se alcance la cima, una nueva caída estará esperando con los brazos abiertos. El sistema capitalista es así: ciclotímico, una montaña rusa.

Como con casi todo, los Estados Unidos fueron pioneros en vivir la crisis. El catedrático Emilio Ontiveros certificó el lunes el comienzo de la derrota: julio de 2007. Entonces la Comisión del Mercado de Valores americana descubrió un descuadre entre los préstamos concedidos y los activos que los avalaban? el sector de la construcción se subía al tobogán del que todavía no ha desembarcado. Emilio Carluccio, analista de la Universidad Carlos III, fue transparente: hubo un tiempo en que los bancos financiaban hasta el 120 por ciento la compra de la vivienda porque el piso que se iba a adquirir era suficiente para asegurar la devolución del dinero. Los bancos abrían las carteras y, como se repitió durante toda esta semana, «parecía que se regalaban los créditos». ¿Para qué un 120 por ciento? Para el propio piso, para las escrituras e, incluso, para el coche? Emilio Ontiveros explicó que en la época de las vacas gordas se generó un «efecto riqueza» que no hacía más que alimentar una ilusión: soy rico porque tengo un piso. Pero la realidad es un muro que no se erosiona: no eres rico, no produces, debes dinero, careces de todo. «Cuando el Banco de España intervino las cuentas de Caja Castilla La Mancha descubrió que casi la mitad de su riqueza eran pisos. Se preguntó si es que acaso la caja de ahorros debería contar más como agencia inmobiliaria que como entidad de ahorro», comentó la profesora Sara de la Rica, de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada.

La crisis norteamericana no tardó en universalizarse. A comienzos de agosto de 2007, el Banco Europeo avisó: lo mismo podía llegar a Europa la crisis de las hipotecas. Pero España se hizo la sueca y tardó un año en admitir que lo que sufría eran principios de recesión. Los economistas que pasaron por La Granda recordaron lo de más vale prevenir, porque lo siguiente era curar. Y aseguraron que las finanzas se encuentran en esta fase: la del goteo, con un 2011 a la vuelta de la esquina.

José García-Montalvo, de la Pompeu Fabra, tomó la palabra: «La vivienda debe bajar un 40 o un 45 por ciento para que el sistema vuelva a su seno». Carluccio fue por la misma onda: «Deberíamos estar dos años y medio sin construir para poder dar salida al stock de viviendas no vendidas». Y dijo más: «Desde el Gobierno se deberían incentivar los arrendamientos. De manera positiva se ha visto que no es la solución. Se ha bajado la fiscalidad, pero el mercado continúa cautivo». Por lo tanto, hay que tasar los pisos vacíos. El mercado no puede morirse; y para Carluccio, las casas que no se habitan «son capital improductivo».

La ambición de todos los ciudadanos es el ascenso social. En los años de bonanza este ascenso iba acompañado de la adquisición de una residencia. García-Montalvo echó un jarro de agua fría sobre este deseo: «La Constitución garantiza que cada cual tengamos un sitio donde vivir, no que éste sea de nuestra propiedad». El profesor defendió el hecho de que «el uso de la vivienda está condicionado a la capacidad económica de cada cual» o, lo que es lo mismo, si no hay dinero, no hay más casa que la de alquiler. Sin embargo, Carluccio denunció que «un piso en Madrid cueste tres veces más que en Berlín». Se hace imprescindible, pues, un descenso del precio de las viviendas, porque su subida no corre pareja con la de los sueldos y así las letras no se pagan y así los bancos se quedan con los pisos y así la liquidez se va por el desagüe.

La crisis tomó Europa por la vía del ladrillo. En España, la construcción llegó a suponer el 12 por ciento del PIB. Pero llega un momento en que los pisos se dejan de vender porque se han dejado de pagar. Y ningún sistema es capaz de sobrevivir ante una situación semejante. Al tiempo que la construcción estaba en la cresta de la ola, el mercado laboral español crecía apuntalado por seis reformas que no han hecho más que, según los empresarios a La Granda, liar las relaciones laborales en los centros de trabajo: mil tipos de contratos para puestos parecidos.

El profesor César Rodríguez identificó a las primeras víctimas del sistema en Asturias: los eventuales. El 30 por ciento de los trabajadores españoles al comienzo de la crisis tenían un contrato temporal, así que, como dijo Rodríguez, «las empresas han tenido un margen de maniobra muy grande» porque a los temporales «no hace falta despedirlos: basta con esperar a que agoten sus contratos». El catedrático Joaquín Lorences, en ese sentido, declaró: «Existe unanimidad? son precisas reformas en el sector de la vivienda, en el financiero y en el laboral». ¿De qué tipo? ¿Abaratamiento de los despidos? César Rodríguez aseguró: «La reformulación legal de los contratos no garantiza el incremento de la demanda», o sea, no por despedir con mayor facilidad se incrementan los clientes.

Sara de la Rica, sin embargo, es de otra opinión: no se despide con mayor facilidad, lo que se hace es facilitar la creación de nuevos empleos porque el empresario al final, si en vez de pagar 45 días paga sólo 30, tiene mayor liquidez. ¿La Administración pública debe ofrecer ayudas a la contratación fija? El profesor Ignacio García Pérez, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, demostró esta semana que no: las ayudas autonómicas facilitan la rotación contractual (despidos) y, así, la consolidación de trabajadores es más bien discreta.