Hubo una vez un tipo que se asomó al espejo del cuarto de baño y descubrió que la punta de su nariz despuntaba hacia un infinito. Y entonces pensó que nada era perfecto, que nada era igual y que todo era distinto. Y es que una nariz torcida puede destruir, a la vez, la armonía de la belleza y el tiempo pensado bajo una mentira. El tipo, preocupado, escuchó la verdad de la vida y concluyó que el que se había creído no era el que en realidad era y el que en realidad era lo era en tanto que era mirado. O sea que, como diría Ramón de Campoamor, la belleza tiene que ver con el espejo ante el que uno se contempla. Y nada más. La tragedia está, pues, en descubrir el perspectivismo. La relatividad del mundo destruye la melancolía de la singularidad. Y es que todos somos todos y, al tiempo, somos uno; una trinidad divina, laica y espectacular.

El tipo este de la nariz torcida se llama Vitangelo Moscarda y es el héroe sufridor de «Uno, ninguno, cien mil», una supernovela de Luigi Pirandello, el inventor del siglo XX, la centuria de la presunción, la mentira y la guerra. El hombre que descubre que ya no es más que el objeto del análisis de los que le contemplan, el antecedente del mogollón de personajes que Sergi López puso en danza el sábado por la noche en «Non solum», el espectáculo que asombró y rindió a los espectadores.

Moscarda es italiano, pero estupendamente hubiera podido salir en «Non solum», en un escenario desnudo, con una caja de fruta como tarima de discursos procesionales, una especie de Hyde Park Corner, el único lugar del mundo en el que la palabra no está cortada por el gobernante permisivo y por los furgones policiales. «Non solum» en su versión en castellano se estrenó el sábado pasado en el Palacio Valdés, pero el espectáculo, sin embargo, cuenta con una carrera larga en los escenarios de Cataluña, Baleares y Valencia. A finales de 2005 López se subió por primera vez a las tablas y mostró que guardaba en su interior un millón de vidas distintas descubiertas por sorpresa en una noche adúltera, una noche en la que se concentran cientos de tipos distintos que descubren que son iguales, aunque luzcan diferencias menudas. Este arranque de «Non solum» desconcertó, pero es natural: un tipo solo no puede ser cien personajes. La presunción, sin embargo, es el mayor de los errores. López es López sobre el escenario y es el «puto fontanero», el negro que es blanco -«la procesión va por dentro»-, el vegetariano -«pobre!!!»- y el tipo que hace salsa ali oli sin ajo y cree que ha encontrado su alma gemela en el tipo que hace ali oli como Dios manda, o sea, con ajo... «Non solum» comienza, pues con un desconcierto, una comedia alocada hija de Groucho Marx; la escena de los muchos Grouchos en «Sopa de ganso» le vino a uno a la cabeza según se desarrollaba el espectáculo, a mitad de camino entre la sopresa y el desorden, un lío genial, una creación de Jorge Picó y Sergi López que, en otras manos, hubiera devenido en una turbulenta tristeza incomprensible.

«Non solum» fue una fiesta sobre la escena. Sergi López se llevó la gloria, la admiración y los aplausos avilesinos, acostumbrados como están a las estrellas doradas, fervientes o postizas... Gracias al genio del actor de Vilanova i la Geltrú «Non solum» ya es un espectáculo para la memoria. Un tipo solo que es muchos, que descubre que no es distinto, que su universo disminuye, que el tiempo es un paso cotidiano y no una frontera infranqueable, un amante que se convierte en todos los amantes del mundo. Que el mundo es una interrogación tras otra, una aventura en el que las respuestas no se encuentran. Porque los problemas son mínimos tras el descubrimiento de la propia naturaleza.

La comedia se presentó con la mitad de una clásica locución conjuntiva: «Non solum...» La otra mitad es «sed etiam»; todo junto, en castellano es «No sólo, sino también», esto es, no estás solo, porque estás rodeado. El hiperpoblado montaje de López y Picó, que comenzó como una película del landismo, se transformó, por la fuerza de López, en un episodio triste de las tragedias perspectivistas de Luigi Pirandello. Y el público descubrió el cielo interrogado.

El montaje, sin embargo, vertió el agua que saciaba la sed. Los perfumes concentrados son más caros. La brevedad es virtuosa. La primera parte del «solo play» (así se llama al género al que pertenece «Non solum» -no es un monólogo porque los personajes son innúmeros-) concluyó demasiadas veces la idea de la locura de la igualdad y de la diferencias, quizás por evitar la desconexión: si no queda claro, el público dimite. Este temor, sin embargo, resultó infundado. Cuando Sergi López se calza las gafas, el teatro está entregado completamente, hace mucho que ha aceptado el Caballo de Troya de la indefinición del mundo y de la realidad y es que la locura de ser en tanto que eres mirado al final sale del sentido común. Reiterar la tesis puede llegar a desangelar.

Moscarda, el héroe de Luigi Pirandello, concluye el descubrimiento de su escasa singularidad con esta frase: «Muero a cada instante y renazco nuevo».