Juan C. GALÁN

Leo se trastabilla mientras intenta pronunciar la palabra «otorrinolaringólogo». Un vocablo de difícil pronunciación para un castellanoparlante, más para un francés. Leo sopla, enarca las cejas, mira suplicante a su profesor, vuelve a empezar hasta cuatro veces y, al fin, desembucha el término que salta al aire como un torrente. Leo resopla. «En Francia este tipo de médico no existe», se disculpa, con salero, para justificar sus dificultades. Leo Thomas es francés, tiene 13 años, y es uno de los hijos de inmigrantes que asiste a clases de inmersión lingüística en el instituto de La Magdalena. Un título rimbombante para una actividad sencilla: el aprendizaje de la lengua y la cultura españolas. El centro avilesino es el de referencia en la comarca merced a la concesión de la Consejería. En el resto de Asturias existen otros cuatro: dos en la zona de Oviedo, uno en la de Gijón y otra más en las Cuencas. Además, dos profesores itinerantes cubren otras localidades de la región. Todo por entrenar en su nueva identidad a los jóvenes inmigrantes llegados a Asturias.

La Magdalena sólo acoge a estudiantes de Secundaria que, de lunes a viernes, se desplazan desde sus institutos de origen para encontrarse durante cuatro horas con Nati Fernández y Javier Duarte, sus profesores, no sólo de lengua española, sino de todo lo que huela a español: cultura, sociedad, costumbres... en suma, un seminario acelerado de lo que significa vivir en España. En el aula de inmersión lingüística de La Magdalena se dan cita a diario las hermanas Chanane, Omayma y Sanya, de origen marroquí; Yevhen Stasiv, nacido en Ucrania, y Leo Thomas, de madre española y padre francés. En breves fechas, sus lugares serán ocupados por dos estudiantes de origen chino, un norteamericano y una marroquí. Será cuando se agoten los sesenta días que dura el curso para cada grupo de los que componen la actividad.

La mayoría de los estudiantes que asisten al aula de inmersión lingüística de La Magdalena han seguido lo pasos de sus padres, que buscan un porvenir mejor en Asturias. La madre de Yevhen Stasiv, por ejemplo, llegó a España hace siete años; hace unos meses decidió traerse a Yehven. El chaval ha aprovechado el tiempo y frasea el castellano casi como un nativo. En el polo opuesto están las hermanas Chanane. Es esa una diferencia de nivel que los profesores salvan convirtiendo cada sesión en un juego. «La mejor manera de aprender un idioma es hablar y jugar. Los chavales se pasan cuatro horas en el aula y no podemos basarlo todo en la gramática», explica Javier Duarte. Así, la lectura, los juegos de comunicación y la familiarización con las costumbres españolas son la esencia de la actividad.

La integración es la otra pata de la inmersión lingüística. Cada actividad planeada por los profesores está enfocada, no sólo a que los jóvenes inmigrantes se imbuyan de las costumbres y el idioma español, sino también a que los estudiantes avilesinos tomen contacto con otras culturas. Así, durante las recientes Jornadas culturales del centro, los alumnos de inmersión lingüística elaboraron una serie de trabajos con el fin de acercar al alumnado nativo las costumbres gastronómicas de sus respectivos países. A los chavales les atrajo, por unanimidad, la tortilla de patata, plato español por antonomasia. También hubo unanimidad a la hora de mostrar extrañeza por el consumo de lengua de toro en España. Cuestión de costumbres.

En su adaptación a su nueva realidad, los jóvenes inmigrantes han descubierto el poder de la palabra. Todos tienen su vocablo preferido. Para Leo, la expresión «mola». Para Sanya, «muñeca».