Saúl FERNÁNDEZ

S. F.

La fachada principal de la iglesia de San Nicolás de Bari, la de la plaza de Álvarez Acebal, se abrió en 1960, hace ya cincuenta años. La nave central del templo se adelantó unos metros y ocupó el espacio de la antigua casa rectoral, que había sido demolida un año antes, cuando la residencia de los curas ya había sido inaugurada. «Don Enrique, si los fieles ven que el cura se arregla la casa y no arregla la casa de Dios, ¿qué van a pensar?», le espetó Ángel Garralda a Enrique Rodríguez Bustelo, el arquitecto que diseñó la restauración que pensó el párroco nada más aterrizar en el destino del que no se ha movido en este último medio siglo. Con la ampliación, la iglesia cobró otro cuerpo, como se observa en las dos imágenes (la antigua, de los años treinta, y la actual, de ayer mismo). Tras la fachada, vino la torre, y tras la torre, el colegio y, después, más obras. Cincuenta años entre andamios.

«Anoche paseaba por Avilés después de un viaje que hice a Compostela. Al doblar la esquina me di de bruces con la fachada de la iglesia que da a Álvarez Acebal y la volví a disfrutar como cuando la pensé hace más de cincuenta años, el mismo día en que tomé posesión de la parroquia». El que habla es Ángel Garralda, que es cura de San Nicolás desde el 21 de junio de 1957.

-Aquel día terminamos de comer, me asomé por la ventana de mi habitación, que daba al claustro, y ya comenté qué necesaria era una nueva casa rectoral.

La memoria de los cambios en la iglesia de San Nicolás de Bari se puede contemplar en una exposición de fotografías que están colgadas en la Escuela de Artes y Oficios.

Las obras comenzaron el día 31 de octubre de 1958. «Entre mi llegada y el inicio de los trabajos hubo un año y pico de papeleos, de permisos...», apunta el responsable de la mayor transformación del templo medieval que alojó a los primeros franciscanos que llegaron a Avilés, allá por el siglo XIII.

Manuel Redondo, que era delineante en Ensidesa, levantó lo que hoy se llamaría el «master plan» del futuro de la iglesia, un dibujo premonitorio que ya preveía la demolición de la casa rectoral, la construcción de la nueva y la ampliación de la nave central de la iglesia. No recoge, sin embargo, la construcción de la pasarela que une el claustro con el actual domicilio de los curas y tampoco los dos pisos del colegio.

El año previo al inicio de las obras fue el de reuniones con el alcalde -que por entonces era Francisco Orejas Sierra-, con el obispado y, sobre todo, con Luis Menéndez Pidal, que era el responsable de patrimonio en España: «Si contábamos con su aceptación, el proyecto podía seguir adelante». Y así fue. Menéndez Pidal, tras muchos encuentros, dijo que sí, y el «master plan» de Redondo se expuso en la antigua librería La Esperanza, «para que todos los fieles vieran lo que se iba a hacer», recuerda Garralda.

Rodríguez Bustelo -que había recuperado el Ayuntamiento tras el bombazo de la Guerra Civil- desarrolló aquella primera idea y, además, «sin cobrar nada en todos los años que trabajamos juntos, desde 1957 a 1974», señala agradecido el cura Garralda.

La empresa Govasa fue la que se encargó de los trabajos. «Los pagaron los fieles», apunta el párroco, para después añadir: «En el Obispado sólo me dieron el permiso para las obras; nada de dinero, y me consta que andaban llamando a la empresa a ver si Garralda pagaba los plazos».

-¿Y los pagaba?

-Por supuesto. Entonces terminaba los ejercicios económicos con déficits, pero con mucha esperanza de cuadrar la balanza -bromea.

Las obras de todos estos años han costado 1.040.493 euros. «El último episodio fue en 2006, cuando colocamos el ascensor en el número 12 de la calle San Francisco, donde están las clases de la ESO», anuncia. El edificio en cuestión le costó a la parroquia nueve millones de pesetas de 1984: «El alcalde Ponga ordenó la expropiación de la guardería que daba a la Casa de Cultura. Perdimos 250 metros cuadrados, pero luego ganamos 1.500 por la casa de San Francisco», reconoce el cura.

-¿Quiso ser arquitecto?

-Pues sí.

Ángel Garralda, después de todo este tiempo, está más que satisfecho. «Me ha dado tiempo a disfrutar de aquel plan de hace medio siglo», concluye.

Las restauradoras Blanca Rodríguez Fernández y Mónica Villabrille Domínguez se han encargado de devolver el lujo a la imagen de María Auxiliadora de la iglesia de Santa Bárbara de Llaranes. Las dos restauradoras se formaron en la Escuela Superior de Arte.

La imagen que se reverencia en la capilla sur de la iglesia del barrio siderúrgico es del siglo XIX. La técnica que se empleó en su confección es una talla de bulto redondo que posteriormente se policromó.

La intervención sobre la imagen se inició a comienzos de 2009. La restauración consistió en eliminar los repintes y la carcoma que afectaban a la escultura de la Virgen. Las dos restauradoras lo que hicieron fue desinsectar y consolidar el soporte.

La rehabilitación fue financiada por la Asociación María Auxiliadora y por la parroquia de Santa Bárbara.