Este verano cumpliré 45 años. Aunque a mí empiezan a parecerme bastantes, sin embargo por lo que he oído y leído últimamente a oceanógrafos, geólogos, ingenieros y demás técnicos o especialistas, no son suficientes para ser testigo fiable de los ciclos que rigen los cambios que se han ido produciendo en la playa de Salinas-El Espartal.

Vecino de Salinas toda mi vida, su playa ha sido uno de los espacios fundamentales para mí, desde la infancia hasta hoy día.

Mis recuerdos más antiguos guardan una imagen bien distinta de la actual situación de la playa. El paseo de entonces era más corto y de menor altura; solo existían los edificios «Miramar» y «El Espartal», además de la excavación de los que serían los primero Gauzones, la superficie dunar era mucho más amplia y el pinar se extendía casi a nivel de mar. Tampoco existía espigón alguno entre la playa y la ría y comenzaban las obras del que fue sustituido hace unos años. Y sobre todo había arena, mucha arena, tanta que invadía el paseo y enterraba jardineras y zonas verdes; también la carretera de San Juan se volvía impracticable en ocasiones o los coches quedaban atrapados en las zonas de aparcamiento, incluso la entrada de la playa del Real Club Náutico de Salinas quedaba prácticamente cegada. Pero todo esto sucedía hace ya más de 40 años.

Entre los habituales de la playa y los practicantes del surf es ya contante comentar y analizar la que creemos penosa situación de la misma. Mucho se ha dicho y expuesto estos últimos meses acerca de las causas de la pedida de arena de Salinas, si se debe a los dragados de la ría por el mantenimiento o ampliación del Puerto de Avilés; si a causa de las obras del «superpuerto» gijónes; si por ciclos de ajuste y acomodo de los fondos de impredecible duración, si por un aumento en la erosión del litoral por la creciente tormentosidad del Atlántico Norte; por la subida del nivel del mar a consecuencia del cambio climático o porque el mar reclama los territorios que se le ganaron en épocas en las que el desarrollo urbano no era tan respetuoso con la zona marítimo-terrestre.

Lo cierto es que muchos de los que frecuentamos la playa, para disfrutar de lo que aún nos ofrece, pensamos que seguramente no hay una sola de las causas antes citadas que sea causa única y explicación para la degradación del arenal, sino más bien la suma de todas o varias de ellas. Del mismo modo, seguramente no habrá una solución magistral que resuelva por sí sola el problema.

Me encantaría tener el conocimiento o la inspiración para encontrar la clave que nos garantice la supervivencia de nuestra playa, pero por desgracia no es así. Por ellos sí que espero, que ya que el océano y el Cantábrico se comportan según ciclos y tiempos propios y de larga duración, tanto los que demandamos soluciones como quienes diseñen planes y actuaciones, o aquellos que deben encontrar financiación y viabilidad para ellas, lo hagamos con la perspectiva de un medio o largo plazo para que teniendo en cuenta todos los intereses que se entrecruzan (los del puerto, los de los propietarios de inmuebles y los de los usuarios de la playa con uno u otro fin) se realicen conformo a criterios de sostenibilidad y sobre todo buscando lo que es el bien común a proteger: la playa que es, ha sido y debería seguir siendo «para todos».