Félix VALLINA

La década de los años sesenta del pasado siglo significó para Avilés el arranque de un acelerado proyecto urbanístico gestado a trompicones al calor de la joven Ensidesa. Los cambios que dieron lugar a la imagen actual de la ciudad comenzaban entonces a perfilarse, dando lugar a una transformación radical por la que pocos habrían apostado. Las topógrafas Irune Peñacoba y Cristina Villanueva acaban de terminar su proyecto «Avilés 1966. Cartografía a escala 1:5.000», un trabajo con alto valor histórico que les ha servido para llevarse el segundo puesto del premio «San Isidoro» –una convocatoria nacional del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos en Topografía para proyectos fin de carrera– y que se convierte en una herramienta utilísima para entender el cambio de cara que experimentó el municipio con el paso del tiempo.

A las jóvenes topógrafas se les iluminó la bombilla durante las prácticas que realizaron en el Instituto Geográfico Nacional (con sede en la Delegación del Gobierno en Asturias), concretamente cuando llegaron a sus manos 63 fotografías aéreas del concejo de Avilés perdidas en una empresa madrileña que se declaró en quiebra. A partir de ahí, las estudiantes trabajaron durante más de un año para convertir unas imágenes de muy mala calidad en un extenso proyecto cartográfico digital con un ortofotomapa que, gracias a las nuevas tecnologías, se ha convertido en un testimonio gráfico impagable del Avilés de los años sesenta.

«No contábamos con los datos del plan de vuelo ni con los elementos de la tecnología actual, como cámaras métricas digitales, navegadores integrados o fotos en _color. Además, los fotogramas estaban muy degradados, por lo que el trabajo de restauración fue muy intenso», explica la avilesina Irune Peñacoba.

El trabajo incluye los tipos de cultivos de la época, los relieves e incluso los nombres de las calles en 1996. «Todas tenían nombres franquistas y fue difícil colocarlas correctamente», asegura la ovetense Cristina Villanueva. «Nos parece que éste puede ser un trabajo con usos en muchos campos; puede ser útil para biólogos, economistas o geógrafos», apunta.

En el ortofotomapa desarrollado por las topógrafas asturianas se puede apreciar la Ensidesa de los primeros años, con las baterías de coque, la acería LD-I o el primero de los hornos altos. Los barrios de La Luz, Versalles, La Carriona y Llaranes aparecen en pleno desarrollo ligados a la multinacional y las dos márgenes de la ría estaban prácticamente vírgenes, sin urbanizar y sin la carga de industrias, comercios y usos portuarios que conforman ahora su paisaje.

En este trabajo se aprecia también que la zona de la ría conocida como la curva de Pachico aún presentaba las limitaciones al tráfico de buques que generaron problemas durante décadas y que no fueron solucionadas hasta los años noventa. La lonja de pescado –después cambiaría de ubicación dos veces para acabar asentada en su actual emplazamiento– estaba situada por entonces a la altura del parque del Muelle.

El parque de Ferrera era de propiedad privada a mediados de los sesenta y no se había abierto a los ciudadanos. Estaba rodeado por el núcleo urbano en sólo dos tercios de su perímetro, por su parte Sur se aprecia que aún no existía el barrio de La Magdalena. La vieja carretera nacional 632 era la columna vertebral de las comunicaciones del concejo antes de la llegada de la «Y» y de la Variante, y la zona del Quirinal, un campo verde aún sin pisos. El trabajo realizado por Irune Peñacoba y Cristina Villanueva pasará a formar parte de la historia de un concejo que en cincuenta años ha experimentado un significativo cambio de imagen.