Ahí quedó para la historia esa especie de grito doloroso, ese «interrogante que se ha hecho clásico de don José Ortega y Gasset, extraído de sus «Meditaciones del Quijote», como recordaba Eloy Benito Ruano al final de la extraordinaria obra «Reflexiones sobre el ser de España», editado en 1997 por la Real Academia de la Historia, que debiera ser de lectura obligada en todos los centros españoles de Enseñanza Media.

Dios mío, ¿qué es «esta España» que nos está tocando vivir y que nos llega desde tan atrás en el tiempo? ¿Tenía razón Ortega cuando decía que los españoles somos una antigua raza berberisca, donde hubo algunas mujeres hermosas, unos cuantos hombres bravos y algunos pintores de retina genial? Y -continúa Ortega- nada más que eso, que por aquí no han pasado ni Platón, ni Newton ni Kant, y sólo tenemos incultura y horror a las ideas y a las teorías.

Ortega conocía muy bien cómo era -cómo es aún- España y cómo somos los españoles. Tengo más ejemplos a la mano: decía don José que cuando unos cuantos españoles se agrupan podríamos asegurar que estábamos ante una grave complicación. En otro lugar tiene dicho que para los españoles el mundo entero les sirve de pretexto para querellarse los unos con los otros. «España entera es una aldea carcomida de lepra política», afirmaba en uno de sus libros.

¿Qué nos pasa a los españoles? ¿Por qué somos lo que somos y como somos? De Ortega hasta hoy mismo ha transcurrido ya un montón de años, y no me parece -lo siento, pero es lo que pienso- que los españoles hayamos mejorado mucho, y hasta empiezo a dudar de que hayamos mejorado en algo.

Recordaba yo todas estas cosas, a la vista de lo que está sucediendo en esta España de ahora mismo, viendo y escuchando los telediarios y leyendo los periódicos, esta España convulsa, vociferante, pendenciera, camorrista, con unos y otros alborotando por las calles y las plazas, profiriendo gritos, insultos y toda clase de amenazas. ¿Hacia dónde se dirige España? Siente uno pena, y miedo, al contemplar a toda esa tropa alborotando por las calles de Madrid, con abundantes banderas republicanas -casi la misma tropa y los mismos líderes de cuando la tragedia del 11-M-, en defensa de un juez a quien sus superiores jerárquicos consideran que ha podido infringir la ley en el ejercicio de su función jurisdiccional y que, por esa razón, ha sido encausado -no condenado- por el Tribunal Supremo de Justicia.

Sin embargo, las manifestaciones y los movimientos que hemos visto, ¿han sido o están siendo realmente en defensa de ese juez, se limitan a esa defensa o hay algo más detrás de los mismos? Si es que hay bastante más -como yo creo- se me ocurre preguntar: ¿no ha sido suficiente la tragedia de los años treinta y siguientes del siglo pasado?, ¿todavía queremos más, cuando tantos niños que crecimos en aquellos años nos quedamos sin padre al lado porque había sido asesinado por unos o por otros, o acaso se pudría en las prisiones? Para quienes hemos vivido y sufrido, de alguna manera, la guerra incivil del 36 del siglo pasado, contemplar ahora estas algaradas, estos desfiles callejeros de turbas profiriendo insultos, procacidades y amenazas, nos recuerdan inevitablemente aquellos años de la década de los treinta del siglo pasado, de tan triste memoria.

Señor presidente del Gobierno de España, señores y señoras de la oposición, gentes del centro, de la derecha y de la izquierda, pongámonos todos a trabajar seriamente, para enderezar el rumbo incierto y peligroso que lleva esta nave llamada España, no echemos más leña nueva a los rescoldos de las viejas hogueras, dejemos ya los odios y los enfrentamientos entre españoles, dejemos que aquellos rescoldos se apaguen definitivamente, de manera que nuestros hijos o nuestros nietos -los de los unos y los de los otros- convivan en paz, en el respeto de la ley y de la justicia, de las instituciones y de la legítima alternancia en el Gobierno de la nación, que ya hemos soportado bastante ración de desgracias, odios, dolor y lágrimas.

Además, no conviene olvidar lo que, tras la muerte de Franco, se conoció como «el fin del discurso de la guerra», equivalente a «reconciliación, amnistía y renuncia a las revanchas», que dio lugar a «la ruptura pactada» con el régimen anterior, aprobándose una amnistía muy amplia en el otoño de 1978, y poco después, ya a finales de este año 1978, entraron en vigor otras dos leyes, también de gran importancia para el sistema de libertades, como lo fueron la ley de Partidos Políticos, del 4 de diciembre, y la de Protección Jurisdiccional de los Derechos Fundamentales de la Persona, del 26 de diciembre.

Tengamos, pues, la fiesta en paz.