Francisco L. JIMÉNEZ

Avilés tiene el dudoso honor de haber sido durante 2009 la segunda ciudad más ruidosa de Asturias, según los datos que hizo públicos la Coordinadora Ecologista de Asturias el pasado día 29 de abril, Día internacional de concienciación sobre el ruido. En concreto, los avilesinos soportan una media anual de 67 decibelios, sólo uno por debajo de Gijón, que encabeza este ránking, y los mismos que los vecinos de San Martín del Rey Aurelio. Por detrás de Avilés están los concejos de Mieres (66 decibelios), Oviedo (65 decibelios) y Cangas del Narcea (63 decibelios).

El nivel sonoro del municipio está por encima de los que la normativa local sobre ruido considera admisibles -55 decibelios en áreas residenciales y comerciales, 40 en las áreas sanitarios y 45 en las docentes- y se acercan a la medida máxima admitida para las zonas industriales: 70 decibelios. Y esto considerando siempre las horas diurnas, porque en las nocturnas la ley es aún más restrictiva.

El Ayuntamiento de Avilés, consciente de esta realidad -«y pese a no estar obligado por la ley a ello dado que el concejo tiene menos de cien mil habitantes», según recalca el concejal de Medio Ambiente, Juan Domínguez-, ha dado los pasos necesarios para dotarse de una herramienta que le permita actuar contra los excesos sonoros. En ese sentido el equipo de gobierno encargó la elaboración de un «mapa de ruido» que viene a sustituir al que existía desde 1999 y que está obsoleto. El trabajo está a punto de llegar a manos del concejal, quien ya tiene previsto qué uso va a hacer del mismo.

«Somos conscientes de cuáles son las fuentes de ruido en la ciudad, pero precisamente por eso también sabemos de la dificultad de reducir los niveles sonoros, salvo que renunciemos a nuestro actual modelo de vida. Estamos hablando de la existencia de un puerto, de alta actividad industrial, el tráfico rodado -ligero y pesado-, el paso de trenes por la ciudad, entre otras actividades generadoras de ruido como las zonas de ocio», explica el edil.

Así las cosas, más que una intervención punitiva -que también- el propósito del Ayuntamiento es exigir la adaptación de todas las nuevas viviendas a las condiciones de insonorización que procedan según los puntos de la ciudad donde se construya. El aliado para esa tarea será el código técnico de edificación, la hoja de ruta que indica a los constructores cómo y con qué materiales deben hacer las viviendas. «En la guerra contra el ruido ya se han ganado batallas. La implantación de la zona azul o el mayor número de zonas sin coches desde que se pusieron los bolardos han reducido los ruidos por tráfico. Seguramente el adelanto de la estación de trenes también sería una medida benéfica en materia de ruido... Pero intervenir directamente en las fuentes de ruido es muy difícil», explica Domínguez.

El concejal responsable de la calidad sonora de Avilés niega que la «movida» sea un factor problemático en materia de ruido. Y a los datos se remite: «Desde que soy concejal no he firmado ninguna clausura de local por motivos de ruido». No obstante, el edil admite que una cosa es el cumplimiento de la ley por parte de los bares y otra muy distinta las molestias que generan los clientes de esos establecimientos cuando trasladan la fiesta a las puertas de los mismos. «El problema no suelen ser los locales en sí, sino lo que pasa fuera de ellos», asegura.

Para Domínguez, a falta de que el «mapa de ruido» en fase de elaboración lo confirme, el mayor problema acústico de Avilés es el tráfico rodado. «Las industrias, salvo en raras excepciones, ya no causan los mismos inconvenientes acústicos que antes. Además del tráfico, en algunas zonas el ruido podría estar motivado por sistemas de climatización potentes, pero son más extraños», explica el concejal de Medio Ambiente avilesino.

La última vez que el Ayuntamiento de Avilés realizó un estudio similar fue en 1999. Entonces, se concluyó que la situación de la ciudad era «normal». El estudio también revelaba que el 12,6 por ciento de la población veía en el ruido el principal problema medioambiental y que éste estaba causado, principalmente, por el tráfico. El 35 por ciento de la población, además, consideraba que el municipio era ruidoso, pero sólo el 2 por ciento presentó quejas. De aquel mapa acústico de la ciudad se desprendía que las zonas con mayor volumen de decibelios por el día eran la conexión entre la avenida Cervantes y Severo Ochoa; la calle de El Muelle entre el parque y Ruiz Gómez, y la calle de Gutiérrez Herrero, entre la avenida de Cervantes y la calle de Llano Ponte.

El exceso de ruido, según estudios médicos realizados al respecto, provoca estrés, cefaleas y arritmias. Además, los expertos le atribuyen efectos tales como la disminución del rendimiento escolar y profesional, los accidentes, ciertas conductas antisociales, la tendencia al abandono de las ciudades, la pérdida de valor de los inmuebles y otras consecuencias como el fracaso turístico de los núcleos urbanos.