Hace ya año y medio que en Avilés hubo un espectáculo de fados dentro del programa «Arte sonoro» de la Casa de Cultura, de cuyo éxito quedó constancia entre el público numeroso que asistió y en la reseña de prensa que fue publicada. Y este pasado viernes tuvimos la gran suerte de asistir a una nueva edición que mejoró aquélla, con un programa parecido, en el que participaron dos de los fadistas que vinieron en 2009 y otros cinco nuevos.

Se puede volver a tener en cuenta que el fado no sólo se toca, se canta y se escucha, además de que, como dicen los portugueses, «acontece». El fado o acontece o no es fado. Y acontece cuando hay poesía, buena música, corazón en la boca y boca en el corazón de los que cantan y sentimientos, emoción y saudades compartidas entre los artistas y el público.

Y todo eso ocurrió anteanoche, tanto en la Casa de Cultura como unas horas después, en una cena en la que el avilesino apasionado del fado José Manuel, «Trosky», consiguió reunirnos a unos cien amigos y amantes del fado. Allí estaban invitados los fadistas, y ellos siguieron generando un agradable ambiente de enorme ilusión y aun mayor cordialidad en el que nadie se acordaba de la crisis. Ignacio Gracia Noriega y yo mismo iniciamos la reunión con unas breves palabras para subrayar los lazos de unión que tenemos entre dos tierras hermanas en geografía, cultura y sentimientos.

Allí el guitarrista Armenio de Melo y el violista Miguel Ramos -que también cantó, muy bien, un fado- comenzaron con una guitarrada de música portuguesa. En medio y en dos sesiones entre los platos y la sobremesa de la cena, las jóvenes fadistas Milena Candeias y Sara Correia -guapas, de negro y con xaile (chal), como aconsejan los cánones del casticismo- y los fadistas Julio Vicente, Diogo Rocha y Fernando Jorge interpretaron fados «castiços» como «Tango», «Menor», «Marcha Zé Marqués do Amaral» y otros con poesías en ocasiones estremecedoras, como «Miudo da rua», «Andai a tua procura», «Ai, Maria», «Velha tendinha» y el emocionante «Tres vidas e um coração», por sólo citar algunos.

La apoteosis llegó en un final que en algún momento tenía que llegar, con un fado «à desgarrada» entre todos ellos y con otra guitarrada de «Variaçôes», que llevaron la sintonía de emociones hasta el escalofrío y los generosos aplausos de una despedida para la saudade, para la esperanza de que vuelva a repetirse.