Todos mis respetos para los agentes de la Benemérita, que se juegan vida y hacienda por la seguridad de todos nosotros, españoles, y la de los de otra grava, que haberlos, ya saben, haylos y «abondo», como por aquí decimos. En fin? Cuentan los periódicos que no hay «perres», dineros suficientes para que esta gente haga su trabajo. Sé yo que la noticia ha sido recogida con regocijo por muchos. Cosas que pasan, mas no tengan preocupación alguna, aquel que la hace la paga tarde o temprano, es ley de vida.

No hace falta ser Calderón, aquel que «a fierro hiere, al mismo pierde». Lo barroco fuera suerte de un tiempo. Hoy se impone el pragmatismo, algo que es terrible; las consecuencias de aquella realidad -esa de que no hay dos perras para la Civil, para que continúen haciendo su trabajo- sólo servirá para quienes con un sayo mal tejido hagan un traje a la medida su apetencia. En fin?

Siendo tan pocas las suertes que este medio nos da, sí lo hace para que yo les haga propuesta enjundiosa, la que elevo a la DGT, a su excelentísimo señor director general, cuyo nombre y apellidos sobran, es el cargo el que hace al sujeto, como la mitra hace al obispo. Al fin, al cabo, llevamos dos mil años imitando lo que tanto se denosta. Corre tiempo de jolgorio sindical, gracia me hace que nada enervara su sangre con los parados que entretejen nuestra sociedad, que sea ahora, cuando tocan la cuna de su poder, momento en el que advierten la necesidad de pronunciarse.

Cuanto «asko», ese que escribo con «K», una letra grabada en nuestra genética y que expresa todo eso que usted, yo y el vecino saben sobradamente lo que significa. Ésa es la «K» que quien les escribe siente por toda esa gandaya, la «kinkallería» sindical. La que siempre ha olvidado a la mayoría de los que trabajan, esos que no lo hacen en la Administración, tampoco en las grandes empresas. Los que lo hacen ahí, en lo cotidiano, en el día y en el siguiente. Así lo digo, el sindicalismo español es «kanalla». Pero no quería yo hablarles de lo que ya saben y conocen sobradamente, mi intención es otra.

Dar solución al problema que tiene el mentado cherife de la cosa del tráfico. Parece que no tiene presupuesto suficiente para tanta emboscada a los ciudadanos que conducen sus turismos por las vías del país, que no hay suficientes alcoholímetros, que faltan boquillas, incluso los talonarios de multas escasean, por no decir los bolígrafos, esos artilugios que sirven para aquello de apuntar y anotar la infracción. Además, sumen la tinta de tales trastos. ¿Saben lo que es un sujeto pasivo? Señor lector, no se le pregunte dos veces, un «sujeto pasivo» es usted, lo soy yo, su vecino y el que vea por la calle. Esos somos sujetos pasivos. ¡Ah! Dé las gracias, que ahora somos ciudadanos.

Sigo con la sonrisa entre los labios. No se confunda el lector, no soy anarquista, que soy gente de orden, eso sí con cierta simpatía a lo que rodea. No les aburro más. Yo sólo quería hacer una propuesta al gerifalte de la cosa del tráfico. Como quiera que no hay un duro para aquello de las patrullas, tampoco para tomar el aliento de los ciudadanos conductores, propongo un cambio legislativo, algo que en España es pura afición. Muy sencillo. En ese reglamento que existe para la circulación, además de exigir llevar una prenda reflectante, que pongan en el lote un alcoholímetro y una docena de boquillas. El artilugio deberá adquirirse en donde a su excelencia le dé la gana. Además habrá de pasar revisión y pago de su tasa en la empresa que su magnificencia acuerde.

Aparte de todo ello, la norma, la que usía sabrá redactar, impondrá al ciudadano -el sujeto pasivo- la obligación, sin compadrear, de depositar cinco litros de combustible en el vehículo de la fuerza actuante. Ni que decir. El conductor invitado a la prueba se encontrará debidamente peinado, afeitado y en perfecto estado de revista, estilo academia. En el supuesto de tratarse de «sujeta pasiva», el pelo lo llevará recogido.