La LLosa (Soto),

Ignacio PULIDO

Las aguas del río de la Sienra accionan desde hace más de trescientos años el mecanismo del molino de «Genarón», una de las construcciones más antiguas de Soto. Hace apenas un año, sus propietarios decidieron embarcarse en la restauración de su estructura, dañada por el inexorable paso del tiempo. Los muros de este ingenio hidráulico han sido testigos del paso de varias generaciones de sotobarquenses que, hace tres décadas, dejaron de acudir a él para moler la escanda o el maíz.

Genaro Fernández, «Genarón», adquirió el molino a finales del siglo XIX. Por aquel entonces, las familias de pueblos como Caseras, Foncubierta, La Florida o El Castillo dependían por completo de estos ingenios para moler los cereales, que eran destinados tanto para el consumo doméstico como para el de los animales. «Aunque desconocemos quién era el propietario originario del molino tenemos constancia de que tiene unos trescientos años», precisa Virgilio Martínez, bisnieto de Genarón, el cual precisa que en La Florida había otros dos molinos: el de Floro «El Caminero» y otro en la zona baja del pueblo.

Virgilio, de 54 años de edad, recuerda perfectamente cómo su abuelo, José Martínez, pasaba los días moliendo el grano. «Todos los días acudían entre ocho y diez personas para moler el cereal. Molía tanto de noche como de día», subraya. Su abuelo, natural de San Juan de Piñera, emigró a Cuba con apenas doce años y a su regreso contrajo matrimonio con Virginia Fernández, hija de Genarón.

«Mi padre, Higinio Jesús Martínez, nació en 1912. Luego mi abuelo volvió a Cuba y tras el estallido de la revolución en la isla antillana se asentó definitivamente en La LLosa», explica y prosigue añadiendo que su padre fue el último molinero de la familia. «A última hora apenas venía ya gente a moler al molino. Algunos venían porque tenían el capricho de comer papas», señala.

El abandono de la actividad hizo que el molino fuese destinado a otras labores tales como servir de ahumadero para el embutido. Hace apenas un año, su hermano Higinio y su sobrino Ignacio se propusieron afrontar la restauración del inmueble, cuyas obras están a punto de tocar a su fin. «La cubierta, erigida con vigas de eucalipto, se encontraba en mal estado por lo que hubo que reconstruirla. Asimismo, se adecentaron las paredes y se limpio el canal de abastecimiento», explica Virgilio. Y añade: «la maquinaria se encuentra en perfecto estado. Tan sólo fueron necesarios pequeños ajustes».

Y es que, si algo caracteriza al molino de Genarón es que su rueda se encuentra encastrada en una piedra que pesa más de una tonelada. «Esto es muy poco común. Por lo general la estructura suele ser de madera», enfatiza Martínez, cuyo molino ya está listo para afrontar otros trescientos años más.