En su automóvil y en el día de ayer, llegaron felizmente a su residencia en esta Villa el prócer local don Hermógenes de Buitrago y López de las Mandingas y su distinguida esposa, doña Feliciana, acompañados de sus encantadoras hijas, doña Conchita y doña Engracita, procedentes de Cercedilla, donde este verano tomaron los baños y disfrutaron de unas merecidas vacaciones. El periódico se hace eco del unánime sentir de la población y les da la más ferviente bienvenida en su regreso a su industriosa actividad, agradecido siempre por su desprendida generosidad con la caridad que hacen a los más flacos y menesterosos, digna del más alto aprecio y encomio.

Con sueltos semejantes se anunciaba antiguamente en las gacetillas locales el regreso de los prohombres locales, que eran los únicos que cambiaban de aires durante el verano, no para ir al tostadero del sol, sino y por el contrario para aliviar sus rigores en lugares de más frescura. Con tantísima cursilería y tan descarado pelotilleo se anunciaba el acontecimiento y, naturalmente, don Hermógenes, doña Feliciana y sus encantadoras hijas quedaban ahítos de vanidad, que para eso pagaban.

Ahora no se podría tal, porque casi todo el mundo se toma una vacación y no habría páginas en los periódicos para tanto suelto y, además, perderían toda su eficacia, que no era otra que la de destacar sobre el común. Como en estos tiempos las vacaciones se han generalizado, ya no sirve la bienvenida individual. Así se ha inventado un elogio abstracto y genérico, pero que pueda ser aplicado por cada quien según se quiera. Se trata del síndrome postvacacional.

No me dirá que la palabra síndrome no es preciosa. Quien tenga un síndrome tiene algo sonoro, misterioso y apetecible. Es algo así como tener un herpe zoster, que es una enfermedad señorial, porque tiene nombre y apellido, ni comparación con lo ordinario que es tener un sarpullido. Pues eso, ahora lo que mola es tener síndrome postvacacional, que si usted no lo padece es un don nadie, que ni ha ido de vacaciones ni nada.

No importa que el síndrome postvacacional sea una tontuna, pues no es otra cosa que la molestia que produce volver a levantarse a las claras del día para ir a trabajar, que es algo completamente normal. Así que, por las mismas, podríamos decir que existe el síndrome postingestivo, que sería la pesadez de estómago y la falta de riego en el cerebro que se produce tras una comilona, que nos hace quedar traspuestos y dormitar una siesta. Del mismo modo puede usted inventar todos los síndromes que se le ocurran, aunque aún no los hayan catalogado los sicólogos oficiales, que todo se andará. Quedémonos, pues, con el síndrome postvacacional, que es nuestra bienvenida de las vacaciones, ahora que ya nadie se llama Hermógenes.