Saúl FERNÁNDEZ

El teatro Palacio Valdés es el último odeón del siglo XIX, aunque abrió sus puertas bien entrada la siguiente centuria: el 9 de agosto de 1920. Programaron una opereta -«El as»-, que representó la compañía del teatro Reina Victoria de Madrid. Han pasado noventa años. De 1972 a 1992 el teatro cerró sus puertas y sufrió las amenazas de la piqueta. Desde su reapertura, el último teatro del siglo XIX se ha abierto hueco en el tercer milenio, al menos esto es lo que sostienen directores de escena como José Carlos Plaza o Jorge Moreno, productores como Nacho Artime o el dramaturgo Jordi Galcerán, el autor de «El método Grönholm».

Las Jornadas de Agosto, las trigésimo segundas, un logro sin par, las clausuró la compañía «The Bridge Project» con una inigualable versión de «La tempestad», la última tragedia de William Shakespeare. La temporada veraniega avilesina es una medalla de oro a la constancia. Cuando las compañías están de vacaciones, Avilés pide teatro. Primero fueron un adorno de las fiestas patronales, pero hace años que pidieron la autodeterminación. Lo normal es juntar el teatro con las verbenas nocturnas -es lo que sucede, por ejemplo, en Oviedo, ahora que viene San Mateo-, pero la historia de estos últimos dieciocho años en la villa han roto la ecuación. Los avilesinos quieren teatro en agosto, pero también quieren espectáculos en otoño, en invierno, todo el año. Y, además, quieren el primer teatro de la temporada.

Los secretos del Palacio Valdés no son tan secretos: se trata de combinar la escasez presupuestaria con el talento de sus responsables. José Carlos Plaza, uno de los directores de escena más extraordinarios del país, lo tiene claro: «Todo el mundo aspira a pisar el escenario de Avilés, es uno de los centros culturales más importantes del país». ¿Y eso por qué? Por la especialización. Un teatro pequeño tiene que singularizarse para no ser uno más.

Antonio Ripoll dirige el odeón desde el comienzo de su segunda vida, desde 1992. La Casa de Cultura había abierto unos años antes, en 1989: biblioteca, sala de estudio y auditorio de setecientas y pico butacas. En los primeros noventa se difundió el aquel de que dos escenarios de las mismas dimensiones no podrían convivir en la ciudad. Duelo a muerte en la escena. No fue así. Los responsables culturales de Avilés vieron, sin embargo, un modo óptimo de aprovechar las dos infraestructuras. El auditorio se queda para la música, para el cine, para actos tan diversos como reuniones de asociaciones y congresos sindicales; el teatro, sin embargo, se queda para eso, para teatro. En la margen derecha de la ría se levanta ahora un nuevo auditorio: gigantesco, de mil butacas. Con firma de relumbrón. ¿Nuevo duelo a muerte entre infraestructuras culturales? La intención de sus gestores, por el momento, no se encamina por esas sendas. Las oficinas del Centro Niemeyer están en el teatro.