David Mamet (Chicago, Estados Unidos, 1947) es un tipo duro, un escritor emparentado con Ernest Hemingway, con Norman Mailer. Un hombre, hombre. Pero Mamet también es un tipo con una clara conciencia del estado del mundo. Escribe sobre sus grietas, sobre los agujeros que minan las murallas de la patria suya, porque Mamet es también muy americano, el americano vivo más representado del momento, el principal heredero de la edad dorada de la escena estadounidense: Tennessee Williams, Arthur Miller, Clifford Oddets, Eugene O'Neal. En diciembre del año pasado estrenó en Broadway «Race», un «thriller» judicial, un nuevo retrato agrio sobre el rico imperio occidental. Esta obra es la última de las suyas. Se mantuvo en la cartelera neoyorquina hasta el mes de agosto pasado. Entre el estreno y la despedida, casi trescientas representaciones. Antes de anoche el teatro Palacio Valdés acogió el estreno nacional de «Razas», la primera versión en castellano de lo último de Mamet. Primero fue Nueva York y el viernes por la noche fue Avilés. Antes que Londres, antes que París. El odeón local mete la cabeza, otra vez, en la primera división mundial del teatro.

«Razas» es un espectáculo esencial. Esencial es Mamet, pero esencial también es el asunto que hila la hora y cuarto del drama. La vida es cínica, los lobos se comen a los lobos. La bondad es sólo algo que sale en las películas. Los tipos duros ni bailan, ni lloran ni se desperezan.

Mamet coloca sobre el escenario a dos abogados sin corazón (Toni Cantó y Emilio Buale), a un acusado de violación (Bernabé Rico) y a una pasante con ganas de cambiar el mundo (Montse Pla). La trama tiene forma de investigación criminal: los abogados buscan el modo de salvar al cliente. Sin embargo, eso no parece lo fundamental. «Razas» descubre que el mundo es un río que fluye por un cauce que desagua la confianza, los deseos de la buena voluntad y todos los prejuicios.

«Razas» habla de los negros contra los blancos y de los blancos contra los negros, pero también de la posibilidad de seguir el camino y de los palos que rompen los radios de la bicicleta. Como en «Glengarry glen ross» -el clásico más clásico de Mamet-, «Razas» certifica lo evidente: al final no hay paraíso. Mamet se centra en el sistema judicial americano y en Estados Unidos lo importante quizá sea precisamente eso: el espejo que devuelve la imagen devaluada de la justicia. Pero eso no sucede en España. El sistema judicial americano sale demasiado en el cine. Lo importante es descubrir que esos abogados sin corazón viven a la vuelta de la esquina.

De este modo se salva una solución precipitada (una llamada telefónica que anuncia la crisis final que protagoniza el acusado). El espectáculo, sin embargo, no es sólo el texto. Queda Toni Cantó, extraordinario. Abogado glaciar con afanes pedagógicos que suple la ausencia de alma con un sistema ético quebradizo. Cantó subraya la tristeza soberana de después de la función. ¿Por qué se emprende un proceso judicial? Por miedo, odio o venganza, asegura.