Myriam MANCISIDOR

Un estudio conjunto de la Universidad de Oviedo y el Hospital San Agustín analiza los efectos de la contaminación química en el desarrollo de los niños y ha constatado una relación entre la calidad del aire, la dieta y otros factores en la correcta evolución de los recién nacidos. Un trabajo con fecha de febrero de 2010, efectuado por Ana Fernández Somoano, analiza la exposición al dióxido de nitrógeno y benceno en un grupo de embarazadas del área sanitaria avilesina. El estudio constata que los niveles de benceno a los que estuvieron expuestas las embarazadas eran más altos que en Sabadell, Valencia y Guipúzcoa. El 5 por ciento de las mujeres analizadas sobrepasó durante el embarazo el valor límite anual, lo que supone para el feto un riesgo de desarrollar enfermedades en su etapa neonatal e infantil.

Los estudios médicos que se realizan en Avilés tratan de responder a la pregunta de si «amenazan las sustancias químicas sintéticas nuestra fertilidad, inteligencia y supervivencia». Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Pete Myers alertaron ya en la década de los sesenta, tras décadas de investigación, de que las sustancias químicas que suplantan a las hormonas naturales están detrás de defectos congénitos, anomalías sexuales y fallos de reproducción. Ahora, profesionales de la unidad de Epidemiología Molecular del Instituto Universitario de Oncología de la Universidad de Oviedo y del Hospital San Agustín están investigando cómo afecta la contaminación medioambiental «pequeña, lenta y multiplicativa» en el desarrollo de los niños.

El proyecto nació en 2004 cuando los profesionales iniciaron una cohorte -grupo población que se sigue de por vida- con quinientas mujeres embarazadas del área sanitaria, con un alto nivel de industrialización. El trabajo se enmarcó en la red Inma (Infancia y Medio Ambiente) que financia el Instituto de Salud Carlos III. Entonces se iniciaron cohortes también en Valencia, Sabadell y Guipúzcoa que se sumaron a las existentes en Granada, Menorca y Tarragona. «En Avilés captamos a quinientas mujeres que, con consentimiento informado, requisitos éticos y voluntariamente aceptaron participar en el proyecto», explica Adonina Tardón, profesora titular de Medicina Preventiva y Salud Pública.

Las embarazadas tenían en el momento en que se inició el estudio una edad media de 32 años, trabajaba el setenta por ciento y el diecisiete por ciento fumaba en el tercer trimestre de embarazo. Además, ocho de cada diez tenía educación superior a la Primaria. El trabajo comenzó con la recogida de información acerca de los futuros progenitores en la semana 12 de gestación: dieta, trabajo, exposición a la contaminación atmosférica, estilo de vida (tabaquismo, sobre todo), lugar de residencia... En la semana 32 se repitió el cuestionario y una vez nacido el bebé, el pediatra Suárez Tomás, del San Agustín, practicó un reconocimiento físico y neurológico a cada bebé. Cuando los niños cumplieron dieciocho meses se repitió el cuestionario y, ahora, a punto de cumplirse cuatro años del estudio, los profesionales continúan la investigación recogiendo datos.

Los profesionales ya tienen algunos resultados. También una máxima: «No se puede creer que el medio ambiente lo acepta todo». ¿Por qué? Isolina Riaño, pediatra del San Agustín e investigadora, responde haciendo alusión a los disruptores hormonales (o endocrinos). Así se define a cualquier sustancia que una vez incorporada en el organismo interfiere en el funcionamiento del sistema hormonal mediante la suplantación de las hormonas naturales. Entre estas sustancias se encuentran las que incluyen algunos pesticidas, sustancias químicas industriales, productos sintéticos y metales pesados. Algunos ejemplos. Entre las sustancias químicas de efectos disruptores sobre el sistema endocrino figuran las dioxinas y furanos, entre otros. «Si se construye la incineradora en Cogersa (Serín) se expandirán dioxinas y furanos, algo que no se puede permitir», manifiesta Tardón, y Riaño precisa: «Los efectos de los disruptores endocrinos pueden ser distintos sobre el embrión, el feto o adulto pero se aprecian a la larga, en diez o veinte años. No matan, pero dañan a las generaciones futuras».

La dieta es otro factor de contaminación. En el área sanitaria avilesina el cuarenta por ciento de los niños que cursan Primaria tiene sobrepeso y obesidad. Los compuestos organoclorados -compuestos químicos orgánicos en donde algunos o la totalidad de sus átomos de hidrógeno se sustituyen por cloro- tienen buena parte de culpa, según las especialistas. «En los seres humanos la vía de exposición mayoritaria es a través de la dieta rica en grasa. El aire y el consumo de agua también son vías de exposición ambiental», aseguran. Por este motivo y de acuerdo al estudio realizado en el área sanitaria avilesina, han lanzado una serie de recomendaciones dirigidas a las embarazadas: no consumir grasa y recuperar «los platos de la abuela» (legumbres, verdura y fruta). «El pescado que deben comer estas mujeres debe ser blanco como, por ejemplo, la pescadilla. Los peces grandes como el emperador acumulan metales, plomo o mercurio», subrayan.

Otra recomendación para las futuras mamás: calentar la comida en el microondas con envases de vidrio, nunca de plástico. Y una más: lactancia materna exclusiva hasta que los bebés tengan seis meses. «No sabemos muy bien por qué, pero la lactancia protege al niño de toda la contaminación medioambiental. Incluso aunque fumen es recomendable, es la mejor inversión que se puede hacer. De la lactancia materna depende hasta la inteligencia de un niño», sentencia Anodina Tardón, e Isolina Riaño precisa: «Tenemos la evidencia científica de que la lactancia materna es buena para el desarrollo motor y psíquico».

Tanto es así que Riano tiene previsto investigar el próximo año, también en el marco de la red Inma, si existe asociación entre la ganancia ponderal, situación metabólica y hábito tabáquico materno durante la gestación, la duración de la lactancia materna, los hábitos de sueño y el peso de los niños y niñas en la primera infancia (4 años). «Al igual que están aumentando los niños obesos, también registramos cada vez más tasas de prematuridad y bajo peso al nacer», manifiesta Isolina Riaño.

En cuanto a la contaminación atmosférica, el proyecto Inma recoge un estudio con fecha de febrero de 2010 en el que Ana Fernández Somoano ha estudiado la exposición a dióxido de nitrógeno y benceno en la cohorte de embarazadas del área sanitaria avilesina. Entre los resultados, uno desalentador: los niveles de benceno a los que estuvieron expuestas las embarazadas eran más altos que los registrados en Sabadell, Valencia y Guipúzcoa. «La explicación a esta preocupante situación radica en que el benceno es un producto qúimico de uso industrial; por lo tanto, su presencia en el ambiente se debe, además de al tráfico, a la proximidad de núcleos industriales. Son nueve las industrias del área sanitaria que declaran sus emisiones al registro EPER-España. Entre ellas destaca la planta siderúrgica de Arcelor-Mittal, dedicada a la fabricación de productos básicos de hierro, acero y ferroaleaciones, con actividades de calcinación o sintetización de minerales metálicos, producción de fundición o de aceros brutos y tratamiento de superficie de metales y materiales plásticos, por su volumen de emisión de benceno al aire».

Según el mismo estudio, el 5 por ciento de las mujeres de la cohorte ha soprepasado durante el embarazo el valor límite anual, exposición que supone para el feto un riesgo de desarrollar enfermedades en su etapa neonatal e infantil. Tanto el benceno como el dióxido de carbono desencadenan enfermedades respiratorias en los más pequeños: la más frecuente, el asma en el área sanitaria avilesina. ¿El futuro? «La línea de investigación a seguir consistirá en explorar aquellos efectos en la salud relacionados con benceno y con otros contaminantes industriales ya que nuestra región presenta altos índices de contaminación industrial en comparación con otras zonas de España, como dejan claro los valores estimados para el benceno en el trabajo», recalca Somoano.

Por su parte, Adonina Tardón e Isolina Riaño están dispuestas a seguir investigando para dar respuesta a cómo influye la contaminación en el desarrollo de los niños. «Estos trabajos son posibles gracias a la colaboración de la Universidad de Oviedo y el servicio de Pediatría del San Agustín, pero sobre todo gracias a los padres y madres que desinteresadamente están participando en este proyecto», sentencian las investigadoras, que como Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Pete Myers están cerca de certificar que la contaminación hace la población menos fértil y menos inteligente. En definitiva, el aire sucio es el ladrón del futuro.