A veces tengo mis dudas, de verdad. Todos hemos escuchado, alguna vez, cosas tales como: «es que nos tratan como al ganado» o «parece que nos están regalando algo» y, así, un larguísimo etcétera que no merece la pena enumerar.

Pero lo que me sucedió el otro día?, lo que me pasó el otro día lo voy a contar ¡hombre!, que se vaya sabiendo? Qué tontería, ¿verdad?, ¡si ya se sabe lo que nos jugamos cuando entramos en esos centros llamados, así como de chunga, «de salud»! Pero bueno, que vuelva a sonar lo poco que le importa la salud a la S. S., aunque lo cierto es que siempre ha sido así?

Viernes, 24 de diciembre de 2010, una servidora se da cuenta de que su médico se ha equivocado en una de sus prescripciones y que le falta un medicamento que ha de tomar sin falta. Llama, inocente de ella, a cita previa y le responde, en un castellano bastante difícil de entender, una voz que le informa, de muy malos modos, que ese día sólo se atienden urgencias. Ella, es decir, una servidora, sigue siendo tan inocente que piensa que personándose en Urgencias del centro de salud podrá solucionar su problema. Allí esa voz a la que tanto le cuesta hablar el castellano y que tiene un mosqueo de padre y muy señor mío porque le ha tocado guardia en Nochebuena, rodeada de una melena rubia casi imposible, la manda a freír espárragos; eso sí con palabras muy técnicas pero que la protagonista del infortunio entiende perfectamente. Resumiendo, la melena salvaje me dice que allí no se hacen recetas y que con un papel que previamente había sacado de mi cartera y que tenía los dobleces a puntito de romperse y caerse de puro viejos me dispensarán el medicamento en cualquier farmacia. La pedorreta del farmacéutico se escuchó hasta en Segovia.

Paciente ella y tratando de obviar los síntomas de la falta del medicamento, espera al lunes para que la vea su médico y que sucedan dos cosas: que le ponga verde por los días que le ha hecho pasar y que de una santísima vez le haga la dichosa receta. Pero la cosa no resultó como creía, no, ¡es que no fue ni parecida!

Montando guardia junto al teléfono desde dos horas antes, consigo ser la primera atendida telefónicamente por cita previa, pero me dicen que mi médico no tiene ningún hueco libre ese día; no obstante, continúa la voz anónima, si es urgente, puedo pasarme por allí y que sea mi médico quien me haga un hueco. Dicho y hecho. Pero cuando llego al centro me comunican que mi médico está de vacaciones, que una receta no es una urgencia (qué leches sabrá de recetas urgentes una auxiliar administrativa, dicho con todos mis respetos) y que me pase por urgencias para ver si allí me pueden atender. ¿Os suena de algo eso de ir a Urgencias a por una receta? No obstante, sintiéndome como un balón, humeante ya, eso sí, que se pasan unos a otros, me voy al rincón donde hacen esperar a los enfermos urgentes y me siento dispuesta a esperar. Después de un cuarto de hora en el que no sucedió nada digno de mención en el rincón de los olvidados, veo colarse impunemente a una mujer, que apareció como de la nada, pero a la que hicieron pasar sin esperar ni un minuto. Es decir, el médico estaba dentro pero estaba ocupado tocando su órgano Casio. Eso me tocó la fibra del sarcasmo o, como dicen mis hijos, la vena de la frente estaba tan hinchada que podía reventar en cualquier momento; así que a la primera enfermera que pasó, cargada con una caja de gasas que, vista la rapidez en atender pacientes, podía ser, perfectamente, la reserva de este material para un lustro, le dije con toda la amabilidad de la que fui capaz, que vive dios que era mucha: ¿Te puedo pedir un favor? Enfermera: ¡Claro! Yo: ¿le podrías preguntar al médico que es más convincente para que me atienda, si que me tumbe en el suelo y patalee o que eche algún que otro espumarajo por la boca? La enfermera flipó, pero dentro cantó, ¡vaya que si cantó! Como que a los diez segundo salió un médico rogándome amablemente que pasase.

El lugar es el mismo que el día 24, el equipo informático el mismo, pero el médico reconoce que es urgente la ingesta de ese medicamento y hace la receta en un santiamén. Los espumarajos eran ahora reales y bastante difíciles de controlar. El facultativo, me dice, eso sí, muy veladamente aunque vuelvo a entenderle perfectamente, que es mejor que no haga rodar la bola porque al fin y al cabo es allí donde tienen que seguirme viendo. Sin comentarios.

Me fui pitando a la farmacia, pero claro, tanto había tenido que esperar, que había cerrado. En la de urgencias, no lo tenían (que os creíais, ¿que iba a ser tan fácil?). Pero así, como para meter más el dedo en la llaga, me dice que tiene otro exactamente igual pero que no me lo puede dispensar con esa receta porque vale 10 euros más. Los espumarajos, que ya eran auténticos, estaban empezando a dar lugar al pataleo en el suelo. ¡Pero que riñones, 10 euros, son 10 euros!, ¿acaso no vale eso más que la salud de un paciente? Y el caso es que de nada me valía volver al centro porque, tal y como está aquí el sistema de sanidad, tú señalas en el ordenador la medicina cara y la receta sale, directamente, por la barata. Vamos, como si en un ordenador «made in Taiwán» te empeñas en pulsar la «ñ» y te sale, invariablemente, cualquier otra letra. es decir que tenemos una sanidad «made in Taiwán» ¡qué dios nos pille confesados!

Así que yo me pregunto : ¿qué tiene de «Social» si ante un caso extremo tienes que desplazarte a otra localidad, pueblo o cuidad, por unos malditos 10 euros? ¿Y de «Seguridad»...? En fin, creo que eso es mejor que lo dejemos para otra ocasión.