El tiempo ya no es más que una sucesión de luz y oscuridad, de noches y de tardes y mañanas. Ya no le importa ver la casa en orden ni llenos los armarios ni muy limpios los muebles ni la ropa planchada. Sólo quiere dormir, tomarse unas pastillas y dormir de seguido y soñar que es mentira, que ella yace a su lado, abrazada a su cuerpo, con su piel arrugada. Sólo quiere dormir, escaparse del mundo, ir a la irrealidad, al lugar donde todo es tal como queremos, tal como imaginamos, allí donde se pierde el temor a la pérdida, allá donde jamás apenas cambia nada. Así dos años ya, sentado allí a su lado, haga frío o calor, hasta el anochecer, desde la madrugada.

Se levanta y echa a calentar la leche y coloca dos platos, dos cucharas, dos tazas. Desmiga el pan y mientras le cuenta los proyectos. Ella no está, pero él se ha prometido hablarle, para así convencerse de que aún le escucha, de que no cambió nada. Desayuna como el hombre más solo de la Tierra, pero él lava dos platos y dos tazas. Vuelve a la habitación y mira qué ponerse. Qué rara sensación el no encontrar la muda preparada. Dónde le guardaría las camisas de invierno, dónde tendrá el jersey que a ella le gustaba. Se viste con lo mismo que ya se puso ayer. Qué más da, si ya nadie le puede regañar. Cierra la puerta y coge su tajuela, la sombrilla la deja allí escondida, entre los paredones de dos tumbas cercanas.

Le lleva una de las que ella leía. Para él unas conservas, unas nueces del árbol y unas manzanas. Come de vez en cuando; le comenta que anda corvado, de lumbago, que ya no duerme igual desde que ella le falta, a su izquierda, en la cama. Le dice que la «Linda» perdió pelo, olfato y alegría, que se niega a salir, que la busca sin pausa. Le reprocha que él era el primero en irse, que en eso habían quedado, que por qué le dejó tan solo, a la deriva, tan sin nada.

Hoy le trae unos lirios, de los de junto al pozo. Y mañana unas prímulas, que esta primavera van muy adelantadas. Le limpia sin parar el pequeño jarrón, tira las flores secas, lo llena de agua, le coloca los lirios y abre la sombrilla. Se sienta y mira y monologa. Y así pasan los meses, bajo el tan alto cielo, enfrente de su todo silente tras la lápida.