Abandonar un libro a su propia suerte y dejar que recorra el mundo de mano en mano no es una práctica ni cruel ni descabellada, sino algo cada vez más habitual gracias al «bookcrossing». Esta iniciativa, que comenzó el americano Ron Hornbaker en 2001, consiste en abandonar libros en los lugares públicos para que otros lectores los encuentren, los lean, y vuelvan a liberarlos dejando así que el libro realice un periplo por diferentes zonas geográficas, pase por diferentes lectores y viva una aventura, en algunos casos tan emocionante y singular como las que recrean sus propias páginas. Los libros liberados llevan una etiqueta identificativa para que el que lo encuentre sepa que el libro hallado pertenece a este proyecto. La etiqueta incluye un código que debemos introducir en la web oficial de Bookcrossing para informar de que el libro está sano y salvo en nuestro poder, podemos dar nuestra opinión después de leerlo, y debemos liberarlo de nuevo para que el libro siga su camino. Si queremos liberar un ejemplar nuevo, deberemos registrarlo en la web, etiquetarlo correctamente e indicar dónde lo hemos dejado. Será el comienzo de una odisea, en el sentido más clásico y aventurero de la palabra. También hay puntos permanentes de «bookcrossing», calificados como «zona oficial», como el Café Lord Byron, donde podemos liberar y recoger libros, aunque no será extraño que estos días nos topemos con libros en los bancos de los parques, junto a estatuas o bajo los soportales, ya que una de las actividades de la III Semana de la Literatura Independiente celebrada en Avilés fue una exitosa liberación de libros en el Parque de las Meanas y que contó con la colaboración de Asturies ConBici.

Mientras introducía el código del libro que me llevé en esta liberación masiva, la curiosidad hizo que teclease el título de mis poemarios. Descubrí que había algún ejemplar de uno de ellos viajando por el mundo y me pareció un buen punto de partida para soñar un poco. Me lo imaginé atravesando fronteras, esperando por un nuevo lector en un escalón de la Piazza di Spagna de Roma junto a la casa de John Keats, liberado sobre la tumba de Oscar Wilde en el cementerio Père Lachaise de París o sobre la silla vacía que acompaña a la estatua de Pessoa en Lisboa. También soñé que un día yo misma lo encontraba de vuelta, bajo los arcos de Galiana, como un retornado hijo pródigo que regresa para contarme su viaje. Me dirá que unos han pasado a su lado y le han ignorado, otros han revivido pasiones, han llorado o reído, unos le han amado y otros odiado y algunos le han abandonado sin abrir sus páginas. Todo ello será una sutil metáfora de que ha vivido.