Myriam MANCISIDOR

«El Cabo Peñas resume todos los problemas de la costa asturiana», sentencia César Álvarez Laó, integrante del Colectivo Ecologista de Avilés y estudioso, desde hace veinte años, de la fauna que habita en este enclave gozoniego declarado Espacio Natural Protegido. A su juicio, el entorno del Cabo Peñas padece las consecuencias de una «gestión nula» por parte de la Administración y del «uso y abuso» turístico. «Lo único bueno son las pasarelas que se instalaron hace años», asegura, en alusión a la senda peatonal de madera que permite seguir un itinerario didáctico-ambiental a través de paneles que inciden en los valores más importantes del lugar: arqueología, geología, flora, fauna y cetáceos.

Para Laó es necesario que las personas que recorren el Cabo Peñas -el segundo lugar más visitado de Asturias después de Covadonga- reciban previamente información para comportarse en el medio natural. «El futuro centro de interpretación conocido como El Semáforo debería incluir un apartado educativo. La protección de este lugar es voluntad política y prueba de la dejadez es que el mismo edificio de El Semáforo, aún sin inaugurar, ya precisa obras en la techumbre», recalca, y sentencia: «La erosión del Cabo Peñas es tremenda, año tras año estamos viendo como se deteriora este espacio».

Prueba de ello es la proliferación de «plantas invasoras» aunque agradables a la vista como la gazania amarilla (Arctotheca calendula), la falta de prohibición para estacionar en la zona brezal costero o la disminución cada vez más llamativa de colonias de aves marinas como las del cormorán moñudo. «La disminución de estas aves la achacamos al mallaje. Ya pedimos hace años que los barcos se alejaran de los nidos, pero como siempre se antepone el interés pesquero a la conservación de la naturaleza», subraya Laó, mientras un par de aviones de caza sobrevuelan el paisaje protegido de Peñas. «Esto también está prohibido», asegura.

Su deseo, manifiesta Álvarez Laó, es la conservación de este espacio donde habita la lagartija roquera, la víbora de seoane, la rana de San Antón, el alcatraz común o la pardela pichoneta. Y donde también viven numerosos organismos en pozos intermareales a los que se accede por caminos casi perdidos que hasta hace pocos años mimaban los pescadores. «Proteger este enclave es solo cuestión de voluntad política», reitera César Álvarez Laó.