Con gran lucidez y sentido del humor alguien afirmó en cierta ocasión que el gallego se «define» por su «indefinición». Ese rasgo es perfectamente aplicable a Manuel Docampo Guerra (Barco de Valdeorras-Orense, 1941), presidente de la Autoridad Portuaria durante los últimos cuatro años que ya prepara la maleta consciente de que toca mudanza tras la derrota electoral del PSOE asturiano y la retirada de la primera línea de acción política de su gran valedor regional, el todavía presidente del Principado Vicente Álvarez Areces.

Docampo llegó cuestionado a Avilés pese a la magnífica carta de presentación que portaba -fue presidente de la Autoridad Portuaria de Bilbao durante los años en que el puerto vizcaíno colaboró en el proceso de recuperación urbana que a la postre sirvió para darle a la capital vasca su actual lustre- y se va en silencio, lo cual no es un demérito sino todo lo contrario, es la prueba de que con una gestión eficaz y sobre todo con bastante mano izquierda tapó muchas bocas.

Fue anunciarse su nombramiento en sustitución del avilesino Manuel Ponga, y la primera en la frente: «O sea que quitan a un presidente septuagenario para poner a otro sexagenario; pues vaya...», criticaron con sorna hasta algunos correligionarios socialistas. Su respuesta estuvo a tono de la impertinencia: «Para gerontocracia la de China; este no es un trabajo físico, sino intelectual. Yo vengo a aportar experiencia».

Pocas veces más fue tan directo en una réplica durante su mandato al frente del Puerto que ahora expira, porque a partir del minuto uno de su presidencia el ingeniero Manuel Docampo ejerció de «gallego». Tan falto de aristas en las formas como en el fondo, «suaviño» que dirían de la parte de allá del Eo. Escéptico y discreto hasta la exasperación, difícilmente se sincera con nadie si antes no tiene «calado» a su interlocutor. Lo dicho, un gallego de pura cepa, de esos que si le preguntas «¿cuántos años tienes?» él responderá: «Y tú, ¿cuántos me echas?»

De su antecesor en el cargo de presidente del Puerto heredó un polvorín (la puesta en marcha de la nueva lonja climatizada de pescado) y una golosina (el proyecto de ampliación de muelles en la margen derecha). La rula, un tema que estaba gravemente enquistado y había hecho correr ríos de tinta, dejó de dar que hablar en pocos meses. ¿Cómo lo logró Docampo? Ahora parece fácil: dio «carrete» a todas las partes enfrentadas en el litigio hasta que se hartaron de dar palos al aire y luego impuso un modelo de gestión profesionalizada que le permitió no volver a hablar de pescado salvo para pedir la comida en el Balneario de Salinas, donde le gusta comer las exquisitices del Cantábrico regadas con vino de su tierra.

Con respecto a la ampliación del puerto, su doble éxito fue llevar a término la primera fase sin apenas desfase presupuestario y amarrar la financiación para la segunda pese a que la crisis económica obligó a Puertos del Estado a dictar severos recortes de obra pública. No llega a tiempo de ver atracar al barco que estrenará próximamente los nuevos muelles de la margen derecha, pero en su fuero interno se siente sobradamente recompensado por haber dejado una huella de hormigón en la historia del puerto local. Además, Docampo no se ha caracterizado en estos últimos cuatro años por dar codazos para salir en las fotos y eso no va a cambiar a estas alturas, ya tiene más que amortizada su particular cuota de ego.

Obras al margen, Manuel Docampo deja un puerto pujante en materia de tráficos y con las cuentas saneadas, una puerta abierta a la llegada de cruceros turísticos a la ciudad y una reflexión visionaria sobre el diseño del Avilés que viene: la margen izquierda de la ría es el pasado portuario; el futuro está en la derecha y esa es la premisa que debería guiar desde hoy mismo las decisiones urbanísticas y en materia de infraestructuras viarias y ferroviarias. Ese es el legado que deja un presidente prudente.