La cultura entendida como una puesta en común de la información y los recursos, como un espacio para el intercambio de ideas, defendiendo lo comunitario y facilitando la innovación y la creatividad, apostando por códigos abiertos, liberados de la lógica del mercado. La cultura buscando superar esa vulnerabilidad anestesiada «para que el otro- en palabras de Suely Roinik en «Geopolítica del chuleo»- deje de ser simplemente un objeto de proyección de imágenes preestablecidas y pueda convertirse en una presencia viva, con la cual construimos nuestros territorios de existencia». La cultura expandida hacia una serie de rituales que nos ayuden a construir comunidad, nodos de resistencia, en un momento en que el capital nos chulea indecentemente. La cultura que libera el cuerpo y recupera el deseo y el placer, alejándolo de las tradiciones sociales traumáticas y castradoras. La cultura como reflexión ayudándonos a preguntarnos ¿cómo hemos podido renunciar a la dignidad hasta llegar a convertirnos en siervos del mercado y cautivos del consumo?, ¿cómo es posible que la miseria colonice cada vez más extensos territorios, mientras unos pocos se regocijan en el festín?, ¿de qué fuerzas disponemos para liberarnos de esta religión capitalista siempre insatisfecha, demandando mayores beneficios y exigiendo que nos devoremos, compitiendo por lo que nos corresponde por derecho?

La mayoría de estas cuestiones estuv presente en la IV Edición de SummerLAB, impulsado desde sus comienzos por Pedro Soler, ex director de Hangar y responsable actualmente de Plataforma Cero, centro de producción de Laboral Centro de Arte. El SummerLab, que tuvo lugar del 2 al 6 de agosto, reunió a creadores, hackers y artistas de toda España y varios países europeos que trabajan principalmente con entornos y herramientas libres -cuerpos, códigos, hardware- donde la línea entre máquina, humano y mundo se difumina. Con una organización horizontal y una total libertad en los planteamientos, esta convocatoria tenía como objetivo analizar el potencial comunicativo y transformador de la tecnología. En los diversos talleres que se organizaron se debatió sobre las prácticas tecnoecológicas, el reciclaje electrónico, las performances, el posporno que surgió en los años noventa de la mano de Annie Sprinkle, el activismo, los videojuegos ciberfeministas y la autogestión de la tecnología, por citar algunos proyectos de un amplio vivero de creación cultural.

En SummerLab se hace realidad que otra cultura es posible y, aunque es difícil desvincularse de la lógica capitalista, atrapados como estamos en una dictadura de pensamiento único, se trata, al menos, de buscar otros sistemas menos dependientes de la economía, capaces de generar recursos simbólicos que nos vinculen. Por eso apuestan por el software libre, el copyleft y las plataformas de hardware libre capaces de romper los códigos propietarios para crear, según se señala en «Notas para una ética hacker en la cultura local», «estructuras de cooperación, coproducción, prototipado» que realicen una labor más próxima al concepto de laboratorio que a plataformas de distribución y siempre pensando en canales que sean capaces de transportar la información de abajo arriba, interfiriendo en la vertiente comunicativa del poder.

El SummerLab es un proyecto de bajo coste que reúne a cientos de personas -no es necesario inscribirse y cualquiera puede participar en el nodo que más le interese- que huyen de sistemas cerrados y experimentan con otras sensaciones culturales, enredando con diferentes modos de existencia y creación. SummerLab traza una cartografía diferente del orden establecido liberando energía creadora y apostando por micropolíticas de resistencia. En este sentido SummerLab resulta algo vivo frente a tanto acartonamiento creativo y si no existiera sería obligatorio inventarlo por salubridad cultural.