Hace tiempo, cuando algunos de mis alumnos de bachillerato comentaban entre ellos que, aunque era el primer año que podían votar, no pensaban hacerlo y no lo harían jamás porque no les interesaba la política, me preguntaba cuánto tiempo tardarían en darse cuenta de que el hombre es, por naturaleza, un animal político, y que todo lo que afecta a sus vidas es en realidad dependiente de las decisiones de unos pocos: que ellos están estudiando en un sistema educativo diseñado por políticos, que algún día llegarán a un mercado laboral construido (o destruido, según se mire) por políticos, y que prácticamente todo aquello que les afecta depende en realidad de lo que otros eligen para ellos. Lo cierto es que estos días en los que los ánimos en mi ciudad están bastante caldeados, me pregunto en qué momento algunos políticos olvidan que están ahí porque un número de votantes determinado lo ha decidido y les ha permitido acomodarse en un puesto privilegiado, en qué momento olvidan que trabajan para el pueblo y no para satisfacer intereses personales.

En medio de toda esta pelea sobre la gestión del centro Niemeyer, en la que somos los ciudadanos los que tenemos las de perder, se agradece el hecho de que los usuarios de las redes sociales se movilicen para defender lo que consideran justo, legítimo y propio, indignados hasta el punto de promover una plataforma de apoyo ciudadano al Centro Niemeyer que, sin poseer ningún tipo de connotación ideológica, se mueva por un interés común. Este tipo de iniciativas constituyen una lección para aquellos que parecen querer arrasar con lo que en Avilés se ha construido hasta la fecha.

Tal vez a algunos pese que el Niemeyer no se haya quedado sin contenidos, como algunos diagnosticaron, que hayan sido otros los que han logrado que Avilés sea un referente cultural de carácter internacional, o que un proyecto de la envergadura del Centro Niemeyer pueda crecer fuera de su control, y por todo esto tratan de crear conflictos y de tratar de estropear lo que ya funcionaba. En realidad, a muchos no nos coge por sorpresa, porque, como decía Groucho Marx, «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».