En esta semana de puente de los Difuntos, leo en la prensa que también el negocio funerario está en crisis. Si antes no se escatimaba en gastos, ahora se opta por un último adiós más económico. Está claro que no hay negocio que no se vea afectado, así que también en este sector se debe pensar en innovar para paliar este declive.

En Estados Unidos una empresa llamada Lifegem ofrece a sus clientes la posibilidad de convertir a sus allegados fallecidos en un diamante sintético que elegantemente engarzado puede lucirse como una joya más en su dedo. Estos anillos tienen un precio que oscila entre los 3.500 y los 20.000 dólares, y la piedra se elabora a partir de carbono extraído del cuerpo del difunto o de sus cenizas, transformado posteriormente en grafito y finalmente convertido en un brillante cristal en toda una gama de colores. Lucir en su dedo a los seres queridos es ahora posible, y parece que la iniciativa tiene bastante éxito; de hecho, ya hay funerarias españolas que están ofreciendo este servicio.

También ha llegado a España la opción ecológica. Se trata de urnas para cenizas y ataúdes biodegradables, de modo que si la última voluntad del finado es que dejemos reposar sus cenizas en el mar, ya no debemos preocuparnos por la protección del entorno: estas urnas están fabricadas con materiales que se desintegran en 24 horas, proporcionando nutrientes al medio acuático donde se arrojen. En Europa existen, además, cementerios ecológicos que pretenden convertir el sepelio en un ritual saludable donde se eviten los productos químicos y el cuerpo se funda con la naturaleza, completando así el ciclo vital, como en el mito del eterno retorno: del polvo al polvo. En esta misma línea innovadora están los artesanos africanos de un suburbio de la capital de Ghana, que se dieron a conocer en todo el mundo gracias a un anuncio televisivo de una conocida marca de refrescos. Estos artesanos fabrican ataúdes de fantasía, con las formas más variadas y a gusto del consumidor. Así, uno puede ser enterrado dentro de una guitarra eléctrica, una botella de cerveza, una ballena o un Ferrari, aludiendo a la profesión del muerto, a sus aficiones, vicios o a sueños no cumplidos en vida. Esto me recordó que hace tiempo leí en algún sitio acerca de Fred Baur, el fabricante del envoltorio de las patatas Pringles, quien entre sus últimas voluntades incluyó que conservasen sus cenizas en un tubo de las famosas patatas, cuya patente le había hecho famoso. ¿Qué será lo próximo? -se preguntarán algunos-, ¿sepelios siderales? Pues eso también está inventado: una empresa americana, Space Services, cuenta entre sus servicios con la posibilidad de esparcir las cenizas de los fallecidos por el espacio, para hacer así que nuestras excentricidades puedan acompañarnos hasta la muerte.