Corría el año 1987. Avilés era noticia por dos liderazgos: la contaminación y el índice de paro. La reconversión industrial estaba de aquella en su apogeo e igual que hoy, la palabra crisis era la más pronunciada en los medios sociales y empresariales. Llegó febrero, y con él Carnaval, una fiesta que había arraigado con fuerza en una Avilés capaz de reirse hasta de su sombra, una ciudad que ponía buena cara al mal tiempo y que por unos días se entregaba al desenfreno volviéndose, según relataba el periodista Ceferino Montañés en estas mismas páginas, «alegre, distendida y olvidadiza».

Otro de los grandes carnavales de España, el de Tenerife, batió aquel año un récord del mundo que aún hoy sigue vigente según el «Libro Guinnes»: 250.000 personas asistieron a un concierto de la cubana Celia Cruz en una plaza al aire libre. Aquel también fue el primer año que el carnaval chicharrero se «tematizó» -es decir, la organización eligió un tema para inspirar la decoración de los escenarios y los disfraces de la gente-, una medida que con el tiempo también adoptaría el entonces incipiente Antroxu de Avilés.

Era 1987 y pasaban estas y otras cosas. Como que en los bares de copas de Galiana -nada que ver con hoy; por entonces se contaban al menos 17- un grupo de cachondos mentales cocía una idea que más tarde iba a revolucionar el Antroxu de Avilés y a elevar sus prestaciones mucho más de lo imaginable. «¿Y por qué no hacemos un descenso de la calle Galiana en piragua cuando llegue el Carnaval?», planteó Rafael Hevia, «Falo» para sus amigos y conocidos, tras hacer una travesía en piragua por el río Cares.

La cosa podría haber quedado ahí; «ya está Falo con sus paridas...» y tal. Pero no. Hubo quien se lo tomó en serio y los pioneros del Descenso de Galiana convocaron mediante pasquines pegados por fachadas y escaparates de Avilés la primera edición de la «prueba» piraguística más disparatada que a nadie pudo habérsele ocurrido. Y tuvieron éxito, mucho. En pocos años, el Descenso de Galiana desbordó a los organizadores, acabó siendo una parte integrante fundamental del programa carnavalero de Avilés y este año llega a sus bodas de plata.

Han sido veinticinco años de cachondeo, agua y espuma a mejor gloria de los que cada año fletan un navío y se aventuran en las procelosas aguas de Galiana. Con tal motivo, LA NUEVA ESPAÑA de Avilés inicia hoy, a falta de sólo 25 días para la próxima edición del Descenso de Galiana, esta serie que pretende dar cabida a personas significadas en la historia del acto para que relaten sus vivencias festivas. Personas como Gonzalo García -más conocido como «Gonzalo el del Trasgu»-, uno de los pioneros.

«A raíz de la idea de "Falo", en la primera edición del Descenso colaboraron fundamentalmente tres bares: el "Don Floro", con Sierra y Alfonso a la cabeza; el "Ochobre", con "Toni Maravillas"; y el "Trasgu". De aquella concentrábamos los artilugios en El Parche, los subíamos a donde la capilla de Jesusín y, una vez allí, ¡calle abajo! Por supuesto, todos íbamos disfrazado», relata el hostelero, ya jubilado.

La segunda edición del Descesno ya contó hasta con reglamento, no muy diferente al actual. Así, podían tomar parte «todos quienes los deseen, pero debidamente disfrazados», los artilugios «no podrán ser impulsados a motor» y la prueba «estará exenta de control antidoping». La prohibición de la impulsión mecánica de los artefactos obligó en 1988 a la peña del «Trasgu» a arrastrar Galiana arriba un drakar vikingo de varios cientos de kilos de peso. «Atamos cinco cuerdas y tuvimos que tirar como animales. Es que el armazón del barco era la carrocería de un Citroën 2 CV que compramos en un desguace. Tenía motor y funcionaba, pero no lo arrancamos porque contravenía las normas. Al final ganamos el primer premio; mereció la pena el esfuerzo».

A Gonzalo García se le ilumina el rostro cuando desempolva estos recuerdos; no puede ocultar los buenos ratos que pasó en el Descenso. Ni los malos. Como aquel año en que su peña había adaptado un catamarán para bajar la calle y la noche anterior alguien lo robó. «Fuimos a Oviedo y a Gijón en su busca suponiendo que lo habían robado para participar en los desfiles de Carnaval de esas ciudades, pero ni rastro. A los pocos días leímos en el periódico que la Policía Local de Gijón buscaba a los propietarios de un catamarán que había sido abandonado en los Jardines de Begoña. Era el nuestro. Sospechamos que a alguna pandilla de chavales le gustó el artilugio y decidió cogerlo prestado...»

Este pionero del Descenso asegura que hace 25 años no podían imaginarse, ni él ni los demás promotores del proyecto, que semejante ocurrencia pudiese acabar congregando a miles de personas deseosas de sumergirse en pleno mes de febrero en un mar de agua y espuma. Hoy, Gonzalo García siente un legítimo orgullo por la buena salud de la que goza esta fiesta, a la que sigue acudiendo puntualmente, pero como espectador. «Bueno, y como padre, porque la rapacina de 19 años ya baja con los amigos y la de 13 quiero estrenarse este año y ahí anda, camelándome para que la deje ir», explica con orgullo paterno.