Que al hablar del accidente del «Costa Concordia» se recuerde siempre el hundimiento del «Titanic» es, sin duda, un dato positivo, ya que sugiere que en cien años no se ha producido un desastre de este calibre en un barco de pasajeros. Los cruceros de estas características son un medio de transporte seguro. De hecho las cifras oficiales señalan que los cruceros transportaron 98 millones de pasajeros entre los años 2005 y 2010 que y sólo hubo 16 fallecidos en diversos siniestros. Sólo en accidente de tráfico mueren cerca un millón de personas al año.

En 2011 más de 16 millones de turistas, entre los que me encuentro, viajamos en estas ciudades flotantes. Para mí, además, era la segunda vez que viajaba en un barco de este tipo. En la primera ocasión lo hice por el mar Báltico y el verano pasado recorrí varios puertos del mar Adriático. Aunque no viajé con Costa Cruceros, el sistema de seguridad es similar en todas las compañías. El primer día, poco después de zarpar, se realiza una prueba de evacuación. Todos los pasajeros nos alineamos en la cubierta correspondiente con nuestro chaleco salvavidas y nos hacemos fotos sonrientes, ajenos a la idea de un posible accidente, con la convicción de que eso no va a sucedernos a nosotros o que lo del «Titanic», más que una tragedia de la historia de la navegación, es una emotiva película sobre dos enamorados. Aunque este simulacro se llevara a cabo con más seriedad, no nos engañemos. Todos los que hemos participado en una evacuación simulada (en un centro educativo, por ejemplo) sabemos que no es lo mismo un simulacro que una situación real, donde las reacciones de pánico pueden generar el caos. Imagínense lo que puede suceder si la persona a la que confiamos nuestras vidas, el capitán del barco, abandona su puesto por la puerta trasera. Lo cierto es que con toda probabilidad este accidente servirá para cambiar el modo de tratar la seguridad a bordo de los cruceros, al menos por un tiempo.

Dicen que el capitán Smith prefirió hundirse con dignidad con el «Titanic», y pronunció estas últimas palabras: «Sed ingleses, sed valientes». Schettino también será recordado por unas palabras, las pronunciadas con indignación por De Falco para que regresase a bordo. Se diría que en sentido metafórico, también el capitán italiano se ha hundido con su barco. Para algunos, el «Costa Concordia» es una acertada metáfora de una Italia a la deriva, y sirve para alimentar el morbo en la opinión pública, ex bailarinas moldavas e inmigrantes clandestinos a bordo incluidos. Por lo pronto, la tragedia ha servido para mostrar las dos caras del ser humano ante situaciones adversas, para encumbrar a héroes, para desenmascarar a villanos. La vida da oportunidades, a veces trágicas, para poner a cada uno en su sitio.