Francisco L. JIMÉNEZ

Quien a hierro mata, a hierro muere. El dicho popular es perfectamente aplicable a la relación que mantuvo durante años Nardo Villaboy con el Descenso de Galiana, un acontecimiento festivo de cuyo nacimiento fue testigo y del que años más tarde se distanció, pero sin rencor. Lean y lo entenderán.

Corrían los años ochenta del pasado siglo y el fotógrafo avilesino -que por esa faceta profesional es conocido en la ciudad- era un habitual de los bares de copas de la calle Galiana, muy en especial del Don Floro, donde el grupo folclórico «Ixuxú» pulió la idea de hacer navegable por un día la calle de Galiana en pleno Carnaval. La primera edición discurrió por un cauce seco, pues nadie había previsto cómo generar caudal; apenas se tiraron unos calderaos de agua desde los bares para humedecer la calle. Villaboy y el pintor Favila, amigos inseparables, decidieron poner su granito de arena para que aquello no se repitiese. «Favila tenía entonces el estudio en la esquina de Galiana con la plaza de Álvarez Acebal, un sitio "a huevo" para instalar una manguera y regar a la gente», explica Villaboy.

Dicho y hecho: Favila dispuso la manguera y el fotógrafo quedó encargado de abrir y cerrar el grifo, según aumentase o menguase la concurrencia debajo de la ventana del local. En cierto modo, Villaboy fue el «primer bombero» del Descenso. «Aún recuerdo que la manguera estaba enchufada al grifo de un baño donde Favila limpiaba los trastos de pintar y que allí había porquería de todos los colores...», detalla el improvisado aguador.

Cuando los Bomberos de verdad se hicieron cargo de proporcionar caudal para el Descenso de Galiana, Villaboy ya estaba ocupado en las tareas propias de su profesión, hacer fotos para la prensa y, más tarde, retratar cómo se vivía el Antroxu por encargo del Ayuntamiento de Avilés. «Yo en verdad nunca he hecho el Descenso, pero me lo tengo pasado muy bien ese día», asegura. Hay una excepción: como ya explicó en estas páginas el también fotógrafo Javier Granda, para los profesionales de la imagen el Descenso es un infierno: trabajan con cámaras y objetivos que valen miles de euros y corren el riesgo de que el agua los averíe. «Salpicaduras de agua recibí cientos, algún jarrao también, pero la gota que colmó el vaso fue un año que me bañaron con un calderao... ¡Vaya mojadura!», relata. Pues eso, como se decía al principio: el que a hierro mata...

La cámara de Villaboy ha inmortalizado a cientos de personas disfrutando del Antroxu, un tema muy agradecido para hacer fotos, según recalca Villaboy, «porque tiene colorido, originalidad, espontaneidad y, sobre todo, porque la gente se muestra muy "suelta"». Las fotos atestiguan que en estos años los disfraces han evolucionado una barbaridad, sobre todo si la comparativa es la vestimenta que lució Villaboy en los albores de los años ochenta y que ilustra esta página: «De aquella, tanto mi mujer como yo trabajábamos en prensa y se le ocurrió a ella empapelarme con hojas del diario y convertirme así en un periódico ambulante. Al poco de andar por la calle se acercó a mí alguien con una colilla de cigarro y vi el peligro de incendio que tenía el disfraz de marras... No debí de llevarlo encima ni una hora». Afortunadamente, aquel día alguien le hizo una foto a Villaboy; es de las pocas que existen del fotógrafo disfrazado.

«El que es un monstruo disfrazándose es Favila, con razón tiene alma de artista. Le recuerdo algunos espectaculares; un año se vistió de macarra y yo me partía de risa cuando llegaba a un bar y empezaba a pegar cadenazos en la barra para pedir copas y amenazar con montar bronca. ¿Te imaginas a Favila, que es un cacho pan, armando bulla? ¡Uf, cuanto me reí!», cuenta divertido el fotógrafo.

Nardo Villaboy exhorta a recuperar aquel espíritu jaranero del Antroxu, así sea por olvidar durante unos días «lo mucho que aprieta la crisis».