Saúl FERNÁNDEZ

Antonio Ripoll (Valencia, 1942) se jubila. El próximo 19 de marzo será el último día laboral del director del teatro Palacio Valdés. Le sustituirá un funcionario «de la casa». Lo anunció esta misma semana el concejal de Cultura, Román Antonio Álvarez. El edil aseguró que el Ayuntamiento no tiene dinero «para fichajes». A partir del 20 de marzo, pues, el Palacio Valdés no será lo mismo. Los teatros reflejan la sombra de sus programadores. Y Ripoll lo ha sido del odeón avilesino durante los últimos veinte años. Y veinte años son toda una era.

Hace como cuatro décadas que Antonio Ripoll llegó a Asturias. Está a punto de cumplir los 70. La alcaldesa de Avilés sí que le concedió a él la prórroga en el servicio activo; es decir, a él sí que le permitió que retrasase la jubilación cinco años. Y esos cinco años se cumplen dentro de mes y medio. Más o menos. Ripoll es director de la Casa de Cultura desde 1979 y del teatro Palacio Valdés, desde 1992. La gestión cultural en Avilés en los últimos 30 años lleva su sello. No cabe duda.

El teatro Palacio Valdés abrió sus puertas por primera vez el 9 de agosto de 1920. Programaron una opereta -«El as»-, que representó la compañía del teatro Reina Victoria de Madrid. En noviembre de 1992, cuando la reapertura, se puso en escena una joya arqueológica de la literatura dieciochesca: «El imposible mayor en amor, le vence Amor», una zarzuela en dos jornadas que escribió Francisco Bances Candamo y cuyo estreno corrió a cargo de Emilio Sagi, un director que regresó al Palacio Valdés cuando tocó conmemorar la primera década de la segunda vida del odeón: cuando «L'elisire d'amore», de Gaetano Donizetti. Ahora, en otoño, lo que toca es soplar las veinte velas de la tarta de cumpleaños de un teatro que es un símbolo de la historia avilesina de los últimas décadas. Y Ripoll no cocinará el pastel.

Las cosas en el Palacio Valdés suceden de veinte en veinte años: el arquitecto Manuel del Busto diseñó los planos del odeón en 1900, pero no fue hasta 1920 que no vio concluido su tesoro. El teatro Palacio Valdés lo inauguró el escritor que le dio nombre. Hay fotos de un anciano novelista emocionado en uno de los «foyers» del coliseo de la ciudad. Cerró sus puertas -amenazando ruina- en 1972. Tuvieron que pasar otras dos décadas para que el teatro volviera a ser un teatro y no un solar de especuladores. De entonces acá transcurrieron otros veinte años, los primeros de la segunda vida del monumento. Y estas dos décadas han sido las de Antonio Ripoll.

El gestor se ha cuidado mucho de coronarse con protagonismo: es empleado del Ayuntamiento de Avilés y es el Ayuntamiento el que trabaja para que un teatro de la periferia de la periferia sea uno de los primeros de la red nacional. Tal es su discreción que Ripoll nunca ha dado entrevistas. Tampoco presenta las funciones que se montan en Avilés. Dice que lo suyo no es salir en los papeles. Tras cierto empeño de este periódico accedió a posar para ilustrar esta página. Entiende Ripoll que son los concejales de Cultura de turno los que tienen que bendecir los programas de espectáculos que la propia institución local promueve. Ripoll ha trabajado con socialistas, conservadores e izquierdistas. Con todos.

Carmen Vega, concejala del PP, reclama al Ayuntamiento de Avilés que organice un homenaje a Antonio Ripoll. «Le tenemos que agradecer los servicios prestados», asegura a LA NUEVA ESPAÑA. «Ha puesto el listón muy alto a quien le suceda», elogia. El concejal de Cultura le solicitó a Ripoll que «continuara colaborando con el teatro». Y Carmen Vega pide que «esa colaboración se formalice de alguna manera, como un convenio».

Ripoll prefiere el sigilo. ¿El mundo del teatro es sigiloso? Desde luego que no. A lo largo de estas dos décadas al frente del odeón recibió alabanzas sin cuento y críticas con cierto resentimiento. Pero es natural: no todos caben en un calendario tan claro. En todo caso, es indudable que el último teatro del siglo XIX se ha abierto hueco en el tercer milenio, al menos esto es lo que sostienen directores de escena como José Carlos Plaza o Jorge Moreno, productores como Nacho Artime o el dramaturgo Jordi Galcerán, el autor de «El método Grönholm».

José Carlos Plaza, uno de los directores de escena más extraordinarios del país, lo tiene claro: «Todo el mundo aspira a pisar el escenario de Avilés, es uno de los centros culturales más importantes del país». ¿Y eso por qué? Por que ha logrado una especialización dorada. Un teatro pequeño tiene que singularizarse para no ser uno más. Y en esto tiene que ver la mano de Ripoll. Porque no siempre el Palacio Valdés fue el teatro de los avilesinos. Durante algo más de siete años los espectadores del odeón fueron contados. Y muy especiales. Se producía un redoble de conciencia cuando llegaban las Jornadas de Agosto. Y es que los avilesinos son animales de costumbres: sólo después de treinta años el ciclo del verano es imprescindible.

La aventura estaba en abrir en invierno. Primero, espectáculos para exquisitos y, después, para masas. Los «Seis personajes en busca de autor» de Miguel Narros fueron degustados como un plato de un restaurante de lujo. «Los negros», también con la dirección de Narros, consiguió palmas y pitos. Y entre una cosa y la otra lo único que pasó fue el tiempo. Los espectadores avilesinos son reconocidos especialistas -las compañías madrileñas temen su inexpresividad-, pero es que el público tarda en acostumbrarse. Los ciclos escénicos -fidelización de los clientes, como en los supermercados- supusieron un punto de inflexión. Se empezó a decir que era imposible ir al teatro en Avilés «porque siempre se vendía todo». Y algo de razón había entre los lamentos. Fueron los mejores momentos en el teatro Palacio Valdés: las compañías se pegaban por estrenar en Avilés (hay una puja de los teatros para contar con ciertos estrenos: siempre está bien escuchar a Carlos Hipólito, por ejemplo, que viene de estrenar en Avilés. Ripoll parece el responsable de ello.