De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Por Bildeo no viene mucho turista y los pocos que vienen marchan enseguida porque no tienen donde tomar algo o comer un menú de pueblo, los bares de Francisco el Taberneiro y de Adriano cerraron cuánto ha y nadie se metió a chigrero, ni siquiera los jóvenes que entonces eran, así que ya me contarán al correr del tiempo.

Un día llegó un matrimonio de Gijón con un rapacín de la edad de Rubén, el nieto de Ramón el Tumbao. Al pasar por delante de casa, Líster, el mastín leonés de Ramón, dio un par de ladridos. Rubén se asomó:

-No tengan miedo, es muy noble.

-¿Cómo se llama? -preguntó el chaval forastero.

-Líster. ¡Ven, Líster!

El perrazo se acercó saludando y buscando caricias.

-Yo soy Álvaro.

-Yo Rubén.

Salió Ramón con ganas de charlar un poco:

-Rubén, lleva a este rapaz a dar una vuelta, enséñale el juego de bolos; mientras tanto, nosotros vamos a picar algo.

Era un día veraniego muy agradable. Sacó unos vasos, una jarra de vino, pan y un plato con chorizo y jamón, poniéndolo todo en una mesa que sacó de debajo del hórreo. La pareja tenía una ferretería en Gijón y se dedicaban a recorrer Asturias los fines de semana.

-Este parece un pueblo muy encontradizo, lástima que no haya un bar.

-Nadie quiere ponerlo y menos un alojamiento rural de esos; hay que pagar impuestos como si esto fuese un negocio en una ciudad; los bares de pueblo realizan una función social, deberían cobrar por estar abiertos.

Cuando Rubén y Álvaro regresaron, los adultos recorrían la quintana acompañados de Pepe Torazo. La gijonesa se quiso despedir:

-Bueno, Ramón, nos tenemos que ir, gracias por todo.

-Hasta después de comer no se marcha nadie, tengo comida para un regimiento.

-Pero cómo vamos a quedarnos?

-Nada, nada, todos para adentro.

Mientras Ramón trajinaba en la cocina, Rubén preparó la mesa en el corredor de la vivienda, con toda la quintana a la vista: el hórreo con el carro «alzao», es decir, colgado de un lateral, como si fuera un cuadro. El rodal aparcado en un rincón, la leña bien apilada, el gallinero, el huerto? El anfitrión pregonó el menú:

-Tenemos pote de berzas y para después fritanga de huevo con chorizo y patatas.

El matrimonio tuvo divergencia de opiniones; para él, estupendo y para ella demasiada comida. El guaje torció el gesto. Llenos los platos, todos atacaron con la cuchara sin contemplaciones, menos Álvaro, un tanto agobiado con las berzas delante? Ramón empezó con sus batallas de abuelo:

-Álvaro, sábete que esas berzas que tienes ahí salen de ese huerto, que hay que cuidar para que las produzca; las patatas las sembré yo mismo, estuvieron unos cuantos meses enterradas, chupando jugos de la tierra y combinándolos con los rayos del sol para crecer, supongo que os explicarán algo de eso en el colegio; a la hora de cosecharlas, hay que sacarlas una a una con evitando dañarlas con la hazada, que en otros lugares llaman fesoria y aquí xada.

Mientras Ramón echaba su discurso, los padres de Álvaro se miraban, sería difícil que cediera, era muy ruin comedor.

-Los huevos, -continuó Ramón, impasible- son de aquellas gallinas que ves allí, todas parientes mías, su trabajo les costó ponerlos y a mí alimentarlas con maíz, pan duro, berzas?las gallinas comen de todo, como los cerdos; esos cachos de chorizo son de Pancho, el gocho que matamos a últimos de año, vivió como un rey durante un año, sin dar golpe, comiendo todo lo que le echamos, para luego ser sacrificado y así podemos ahora aprovechar su carne.

-Todo eso está muy bien, pero esta comida no me gusta.

-Ya lo veo, pero podrías dar una oportunidad a los que te la ponemos delante, a tus padres sobre todo y a mí, porque estás en mi casa. También podríamos hacer un trato.

-¿Un trato? Tengo uno -aceptó el chaval con muchos reflejos-. Mi padre deja de fumar y yo como lo que me den?hasta cierto punto.

El padre estaba realmente sorprendido. Ramón aprovechó para meter peseta:

-¿Dejarías el tabaco si el chaval come de todo?

-Pero por qué tengo yo que?-pero paró en seco y se resignó.- Venga, de acuerdo, no fumaré más, todo por la patria, pero no te pasaré ni una.

-¿Álvaro, te comprometes?

-Lo juro por imperativo legal.

-Rubén, trae un papel y escribe; estáis a punto de firmar un convenio colectivo familiar.

-Salgo ganando yo, que por un lado me libro de la peste del tabaco y por el otro ahorraré en comida, -confirmó satisfecha la mujer.

-Como siempre, gana la patronal.

Seguiremos informando.