La gira del prestigioso sello norteamericano Blue Note trajo por Avilés -y seguirá trayendo a otros grandes si Dios quiere y algún político con el que el cielo nos castigue no lo impide- a uno de los más importantes músicos que el jazz ha dado en los últimos años: el saxofonista Joe Lovano. Vino a presentarnos el material de su último disco «Bird Songs», editado el año pasado, en el que desarrolla varias ideas acerca de la música del genial Charlie Parker, «Bird», para los amantes del género; que reconocen en aquel joven saxofonista una de sus tres mayores deidades, junto con Coltrane y Miles Davis. Aquellos escribieron para siempre el jazz y estos, como Lovano, tienen el sagrado deber de seguir el camino. Es evidente que el gran instrumentista de Cleveland no va a hacer lo mismo, si no que va a dar unos cuantos pasos adelante, cumpliendo ese deber no escrito de hacer que la música evolucione, que «camine» con cada uno. Así, en el disco rompe la música de Parker en muchos lugares, dejándola volar libre e investigando algunos vericuetos que sólo saben encontrar genios como él.

Si en la grabación mencionada cuenta con nombres tan grandes como Esperanza Spalding y una sesión de dos baterías -ya casi nadie opta por estas cosas- a cargo de Otis Brown III y Francisco Mela, en el directo que pudimos disfrutar en el Centro Cultural Internacional de Avilés estaba solo el gran batería cubano, acompañando junto al contrabajista Petar Slavov, finlandés de ascendencia búlgara y el italiano Salvatore Bonafede en el piano, al genio de Cleveland. Un trío multinacional muy bien conjuntado y curioso, con especial mención de la genialidad del batería santiaguero, que es original y efectivo, sacando un sonido poco convencional a su instrumento, haciendo de su actuación un compendio de gusto y actitud siempre vibrante.

En el repertorio nos encontramos con una alternancia de temas rica e interesante. Baladas que se transformaban lentamente en temas rítmicos y con swing para volver de nuevo a la tranquilidad, la melodía y el reposo, y temas explosivos que exploraban por caminos del post-bop al que normalmente se adscribe el estilo desarrollado por Lovano, aunque no faltaron algunos guiños «free» con disonancias y escalas llevadas más allá de la línea melódica.

El primer tema fue «Skies over Spain», un tema del propio Lovano, que arrancó con un solo titubeante de saxo tenor, al que fueron uniéndose la batería y el bajo para dejar que el piano subrayara con suavidad todos los fraseos que se fueron sucediendo. Después vendrían «Passport», «Blessings in Mars» y «Yardbird Suite», de Charlie Parker. Luego pasó a dos temas del gran gurú John Coltrane, como «Peace on earth», en la parte del recital que mostró más misterio y menos compromiso con la melodía, donde más se constata la búsqueda de lo que Parker podría haber hecho con su propia música de haber seguido vivo, en palabras del propio saxofonista cuando nos habla de las razones que le han llevado a revisar la música de Parker y las motivaciones que le impulsan a grabar un disco que se convierte en apasionante a cada escucha.

Pero una cosa son los discos y otra los conciertos de artistas de este calado, así que la segunda mitad la temática fue variando y surtiendo de un programa no escrito ni ninguna concesión a los órdenes y planes preestablecidos. Con ello procedió a interpretar un tema muy vivo, lleno de fuerza y ritmo, que terminó por cautivar al público: «The Chase», de Dexter Gordon.

La mayor parte de los diálogos los mantuvo Lovano con Francisco Mela, pues si el saxo repartía juego entre todos los instrumentos era la batería del cubano la que pespunteaba todas las partes de las composiciones. Ya sea en sus «rides» hipermultiplicados, activísimos; como en el sonido de la caja y la agilidad con que ponía todo a fuego vivo, siendo la originalidad uno de sus grandes atractivos. No faltaron extraordinarios solos que, a pesar de la musicalidad del contrabajo y la exquisita pulsión del finlandés -aunque la amplificación un tanto escasa lo colocó demasiado atrás en la mezcla final- o la belleza de algunos pasajes del piano, fueron algunas estrellas de la noche. Tapando la caja o el tambor de suelo con una toalla, sacando una percusión sorda; o tocando con la palma de la mano, los codos, etcétera, Mela es un espectáculo. Pero no artificioso, porque es contenido y elegante. Va llamando la atención poco a poco y se convierte en un protagonista muy especial del cuarteto.

Antes de que el primer bis, con una exquisita balada, actuase como regalo de despedida de la formación, una serie de temas casi sin solución de continuidad, fueron sonando en un escenario desnudo en el que sólo hubo músicos y música. A pesar de que la amplificación fue mínima, y que fue un tanto pacata en el sonido del bajo, tuvo una calidad estimable. Cosa que anima a pensar en aquel prohombre iluminado que afirmó que el auditorio de Niemeyer tiene una acústica más que deficiente. Incógnitas del mundo actual, tan ingrato y tan engreído. Qué menos para un fluir y un soplar como el de los saxos de Lovano. En el concierto se dieron cita muchos saxofonistas asturianos, que salían bromeando y preguntándose unos a otros sobre la excelente lección que el norteamericano dio en la tarde-noche del sábado. No había queja de otra cosa que no fuera perderse algún detalle para aprender todo lo que el gran músico había expuesto. Y es que soplar parece fácil, pero hacerlo con tanto arte es un espectáculo digno de ver y de disfrutar.