Las ramificaciones sociales de la actividad científica han suscitado a lo largo de la historia polémica y debate, máxime cuando la ciencia trabaja con la premisa de que el mayor secreto es el reconocimiento de que no hay secretos. Y durante todo el siglo XX la relación entre poder y conocimiento, entre ciencia, política y economía resultó aterradora, con picos de ignominia y de pánico como en la época nazi, algunos de cuyos científicos siguieron trabajando tras la derrota del nazismo en Estados Unidos con los mismos presupuestos éticos y sin necesidad de renunciar a su adscripción ideológica. Y como siempre sucede, las clases más humildes y desfavorecidas se convierten en conejillos de indias en los que experimentar sin miedo a ninguna responsabilidad. La crónica de los avances médicos está plagada de casos vergonzosos.

Y Lorena Lozano, licenciada en Biología por la Universidad de Oviedo y en Arte Público por la Glasgow School of Art, realiza en «Danza infinita» -una producción de la oficina de proyectos de Laboral- un homenaje a Henrietta Lacks, una afroamericana a la que extrajeron sin su consentimiento y antes de su muerte en 1951 células tumorales que se mantenían vivas y crecían en laboratorio, abriendo una línea de investigación que posibilitó la creación de fármacos y terapias génicas. Se calcula que se han producido cincuenta toneladas de las células HeLa, como habitualmente se las conoce, y se encuentran involucradas en más de once mil patentes. Sin embargo, a la familia Lacks nunca se le informó oficialmente del uso de las células de Henrietta y su hija Deborah busco durante años documentación e indagó en numerosas fuentes, logrando que en 1996 se reconociera a su madre la enorme contribución que había realizado a la humanidad.

La instalación de Lorena está en la sala nueva del Centro de Arte y Creación Industrial; con distintas proyecciones de imágenes de células HeLa observadas a través de un microscopio y fotografiadas cada diez minutos durante veinticuatro horas, para un experimento de proteínas, fueron tratadas digitalmente mediante secuencias de color que representan un día de división de una cepa de células. La escala macro de la danza celular tiene su contrapunto en un monitor en el que se puede observar a la bailarina Sonia Gómez, en avanzado estado de gestación, durante uno de sus ensayos. Pero la danza, al igual que nuestra células, representa un flujo de movimientos que remiten al origen, siendo inexplicable el movimiento presente sin esa herencia del pasado. Además, el trabajo de la bailarina ayuda a recomponer la visión fragmentaria del cuerpo que tiene la biología.

Cuestiones como la memoria de los humildes, las implicaciones éticas de la ciencia, la raza y el género, tan determinantes en el caso de Henrietta, están presentes en la instalación de Lorena Lozano, que traza un relato humano con sus implicaciones políticas, biológicas, de poder y con la danza celebrando la vida.