La Isla de la Innovacón siempre necesitó de mesura. Los socialistas la presentaron al filo de la legislatura como gran artificio virtual y electoral y sin la necesaria cautela sobre su futuro: un plan es un plan y una realidad es una realidad. Ahora es más que nunca eso, un plan. Y como tal merece la atención de los gobernantes y el consenso necesario, sin debates al calor de la proximidad de otra cita electoral. Es razonable y deseable que Avilés planee un futuro de expansión en los terrenos de la margen derecha de la rí­a. Y dadas las actuales coyunturas más lógico es que lo haga con sosiego, preparando el terreno administrativo para unos tiempos (quién sabe si llegarán) en que puedan abordarse iniciativas de ese tipo. Pero debatir sobre la virtualidad futura como si se tratase de una realidad es tan malo como tratar de apropiársela. Si la Isla de la Innovación llega a ser algo algún dí­a es probable que quienes lo capitalicen no sean los que ahora protagonizan las disputas. Mejor estaría algo de sosiego y altura de miras más allá de lo inmediato.