De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Buenos días. Tal vez esté usted repasando el periódico tomando un café. Aproveche este ratín, quién sabe si de aquí a pronto momentos como éste no nos los estropeará alguna crisis económica de ésas que nacen en casa de su madre pero que sacuden aquí los coletazos. Tan seguro como que entre Rajoy, Rubalcaba y compañía están logrando amargarnos la vida.

Permítame proponerle una bobadina intrascendente: que trate de recordar la primera canción, cuento o poesía aprendida en la escuela o en la calle con sus amigos y que la escriba en un papel. Como esta sección estadísticamente la suele leer gente mayor, este recordatorio le vendrá bien como ejercicio gimnástico cerebral para defenderse de ese dichoso alemán que acaba con nosotros, el Alzheimer.

Lo de esa primera canción que aprendimos sin querer me recuerda que Bildeo firmó una de sus sentencias de muerte cuando los guajes se incorporaron a las escuelas concentradas dejando en silencio el pueblo toda la semana, sólo venían de viernes por la tarde a lunes por la mañana. Firmó más sentencias de ésas, como cuando se compra un coche o un piso a cambio de firmar la intemerata de letras. Con aquella capitulación se suprimió la algarabía del gallinero infantil saliendo al recreo, las canciones cantadas por las chiquillas, las carreras y gansadas casi siempre a cargo de los chavales, una media hora larga de practicar los mismos juegos que habían hecho tantas generaciones anteriores.

Aunque lo normal era que los guajes no se alejasen de la escuela durante el recreo, alguno podía escaparse hasta casa para comer algo, o esconderse por los alrededores, siguiendo algún juego. También había veces que iban a provocar a Francisco Colasa o a José de Bruno para que les contasen algún cuento. Ya hemos relatado alguna vez que cualquiera de ellos se prestaba a repetir las viejas historias, algunas veces manipuladas por los narradores a su manera.

La Casa de los de Bruno estaba muy cerca de la escuela y José siempre estaba debajo del hórreo haciendo madreñas. Un grupo de cinco o seis críos fueron de patrulla, capitaneados por Antonín, nieto de José, calculando que con un enchufe tal sería todo más fácil.

-Güelito, anda, cuéntanos un cuento o un romance como el de la Loba Parda.

-Hoy no tengo el día para cuentos ni romances.

Algo iba mal, pensó Antonio, si el abuelo se ponía tan de nones, así que hizo una seña a su pandilla y emprendieron la retirada arrastrando el ala.

-¿Serviría el cuento del Lobín Lobates? -insinuó el bueno de José.

Los críos se sentaron inmediatamente sobre el montón de virutas del taller del madreñero y cuentista dispuestos a escuchar la historia.

-Como os decía, vamos a contar la historia del Cabrín Cabrates y el Lobín Lobates.

Estando el Cabrín Cabrates

sobre un peñín peñates

llegó el Lobín Lobates

y le dijo despacín despazates:

Te voy a tirar de las orejas orejates con unos alicates?.

Los integrantes de la gente menuda se pusieron a protestar todos a la vez, casi abucheaban a José:

-¡Que no era así! ¡Te estás equivocando a propósito! ¡Tú lo sabes contar muy bien!

-Tenéis que perdonarme, se me habrá olvidado la historia. Empezaremos otra vez.

Y José Bruno recomenzaba:

Estando el Cabrín Cabrates

sobre un peñín peñates

llegó el Lobín Lobates

y le dijo con mucho cariñín cariñates:

(Aquí, José cambiaba su voz habitual por otra extremadamente zalamera, sin dejar de observar cómo en la cara de los críos se iba reflejando la entonación de cada pasaje de la historia).

-Bájate, Cabrín Cabrates,

de ese peñín, peñates.

Y Cabrín Cabrates le contestó:

(Vuelta a cambiar José de tono para dar a entender que el cabrito se había percatado de la encerrona que le preparaba el lobo traicionero).

-No quiero, Lobín Lobates,

que tú te has comido a mi padre padrates

y si me bajo me comerás comerates.

Y Lobín Lobates entonces dijo:

-Bájate, Cabrín Cabrates,

que no te voy a comer comerates

porque hoy es viernes viernates

y manda el cura curates

no comer carne carnates

Y Cabrín Cabrates le replicó:

-No quiero, Lobín Lobates,

que pa l' hambre no hay pecates (*).

(*): Pa l' hambre no hay pecates: cuidadín con esta sentencia, lema de anarquistas y gente antisistema para sus reivindicaciones. Vergüenza habría de darles a los de la censura por no haber reparado en un mensaje tan revolucionario, propagado para más inri por generaciones de guajes como si estuvieran cantando «el corro de la patata». Si lo que se haga para evitar el hambre está libre de culpa es pura justicia social, igual hay que adaptar algunas leyes a este principio.

Seguiremos informando.