Reconozco que yo tengo muy buena memoria para los nombres y las caras y, generalmente, me aprendo los nombres de mis alumnos en los dos primeros días de clase. No sé si eso es una virtud, porque es cierto que me cuesta olvidar una cara aunque me empeñe en ello. Eso sí, soy nefasta para recordar números. Es cierto que tampoco suelo ejercitarlo y que desde que existe el teléfono móvil he dejado de memorizar números de teléfono, y ahora, por culpa de Facebook tampoco veo necesario recordar fechas de cumpleaños, con lo que los números y yo cada vez nos vamos distanciando más.

Joshua Foer, el periodista estadounidense que acaba de convertir su libro «Los desafíos de la memoria» en uno de los libros más vendidos en EE UU y Reino Unido, nos desvela en él ciertas claves para mejorar extraordinariamente la memoria. Nos cuenta, además, su propia experiencia. Entrenando su retentiva con trucos mnemotécnicos ya conocidos desde la antigüedad, logró ganar un concurso de la televisión norteamericana en 2006 compitiendo con mentes privilegiadas capaces de retener cantidades inmensas de números (1.528 números aleatorios en una hora, para ser exactos), asociar caras, nombres y biografías en unos minutos o memorizar el orden de una baraja de naipes. Su memoria no era una memoria excepcional antes de comenzar su entrenamiento, lo que resulta una hazaña asequible y nos muestra que si trabajamos nuestra mente podemos obtener unos resultados extraordinarios. Para recordar algo debemos relacionarlo con otra cosa, y cuanto más descabellado, lascivo o absurdo sea esta última, más fácil será retener esa información.

Además, Foer también afirma algo que para muchos no puede ser más acertado: «La manera de enseñar en los colegios es estúpida». Memorizar datos puede resultar inútil si las materias se enseñan de forma aislada, en bloque y sin apenas relacionarlas entre sí. En muchas ocasiones los alumnos estudian cosas, se examinan de ellas y no vuelven a verlas nunca más o en mucho tiempo, por lo que se olvidan con rapidez. Eso explica por qué nos hemos visto obligados, por ejemplo, a memorizar año tras año los diferentes reinados de la historia de la Monarquía española, que nuestra mente se empeña repetidamente en desterrar al olvido.

Precisamente esta semana trataba de convencer a mis alumnos -sin éxito- de que no estudiasen de memoria las palabras del libro de texto para el examen que les había marcado, ya que corrijo con frecuencia exámenes de alumnos que se empeñan en demostrar que estudian como papagayos, sin entender ni una sola palabra de lo que dicen. Lo que de verdad hay que aprender es a extraer información del texto, hacer esquemas, comprender, sintetizar, redactar. Los datos se olvidan fácilmente, son las técnicas para volver a acceder a ellos las que nos van a servir para siempre. En realidad la memoria -decía Albert Einstein - es la inteligencia de los tontos.