«Málaga» engaña, pero también sorprende. Se disfraza de comedia y se descubre como tragedia descanada. Y las sonrisas se convierten en hielo y así empieza el desamparo. El teatro de Los Canapés acogió el viernes el estreno nacional de «Málaga», la primera versión en español de un texto del dramaturgo suizo (en lengua alemana) de moda: Lukas Bärfuss, un poco de Michael Haneke, una pizca de Woody Allen y un aquel de Yasmina Reza: delirios sociales, dolor incuestionable, el mal en todas sus vertientes; una mezcla de esas que implosionan, un estallido hacia dentro. Toda una meditación sobre angustias cotidianas y volcanes sumergidos.

Los Canapés es un teatro en miniatura, el escenario ideal para espectáculos redondos y delicados. En enero inició una andadura alternativa: otro teatro para otra afición avilesina y es que el público de la villa es delicado y conservador: le cuesta mudar de costumbres. Semana a semana los espectadores se han ido enganchando al «Off Canapés»: otras producciones para espectadores «delicatessen». El viernes, los aplausos sellaron un montaje de hielo y culpa: trío de actores en salto mortal. Una comedia neoyorquina que, de forma súbita, se torna en tragedia episcopaliana: las paredes más respetables esconden monstruos que disfrutan jugando con los muertos y con los armarios.

«Málaga» es un sueño que se toca con los dedos, pero es también un delirio de abandono y sangre derramada. Lukas Bärfuss presenta a un matrimonio en crisis con un fin de semana por delante: ¿con quién dejamos a la niña? Reproches, vidas reconstituidas y razones del corazón que el corazón no comprende. Este planteamiento es una comedia de situación, una herencia alleniana, y de ella salen carcajadas de humillación como si Yasmina Reza hubiera inventado a ese matrimonio que se desquebraja. Y, entonces, aparece el tercer personaje. Y todo se transforma. Y la comedia es una tragedia congelada, un espectáculo como salido de la mente incomprensible del director de cine alemán Michael Haneke, ese que coloca a dos dulces intrusos en el domicilio pacífico de un paraíso burgués que comienza a sangrar.

La combinación de dos poéticas tan alejadas -la comedia burguesa y la tragedia que personifica el mal- asusta. Bärfuss presenta unos personajes con un alma ficticia que a lo largo de la peripecia cobra realidad y dureza. La función, en verdad, comienza cuando las luces se apagan y suenan los aplausos. ¿Qué les queda a esos tres personajes?

Los tres personajes son tres actores tallados sobre las tablas: Ana Wagener acaba de obtener el premio «Goya» a la mejor actriz de reparto. Ella es Vera y ella representa el dolor y, a la vez, la alegría de volver a vivir después de un agujero de discusiones. Roberto Enríquez es Michael, el médico nervioso con ambiciones inconquistables. Y luego está Críspulo Cabezas: niño de gafas, huérfano de repente y el clímax de lo que vendrá. Los tres actores se mueven sobre el escenario movidos por Aitana Galán, forjada en la escuela de Ernesto Caballero. Los tres actores descolocan, ensombrecen y noquean. La anécdota (la búsqueda del canguro) al final se queda en nada: puro macguffin. Lo que cuenta es el final, como aquella película de Tom Hanks.