Se nos va el motor del odeón avilesino. No lloran las guitarras en el adiós, sino las musas del mismísimo Lope de Vega, que en 24 horas, 24, se quedaron sin teatro. Ese Palacio Valdés ya sin las musas de Antonio Ripoll nunca serán lo que eran y fueron, aunque vendrán otros -en este caso otra funcionaria de la cultura avilesina, Julia Rodríguez, que parece sobradamente preparada- pero la huella que deja don Antonio es mucha huella.

Es absolutamente injusto y nefasto que la administración no haga excepciones con sus funcionarios excepcionales. Ya le prolongó el contrato hasta donde pudo la ley absurda, pero es que no debería marcharse nunca. Su faro y luz iluminaba el teatro no sólo avilesino y asturiano, sino el español en general. Era una referencia de inteligencia y un instinto especial para esa mezcla, mixtura o mestizaje, entre lo público y lo privado, lo que debe ser el teatro público perfecto.

Ripoll es culto por encima de todo. Educado y cordial, siempre con un consejo a mano. Era uno de los pocos que te pedía el texto antes de decidirse al estreno absoluto en el Palacio Valdés, que tenía baraka para nosotros. Si triunfaba en Avilés, si pasaba el filtro a veces terrible del temible Saúl Fernández, el crítico mas sagaz de todos los críticos, la cosa iría bien en el resto del país teatral.

El público avilesino también tiene un olfato especial. Teatrero desde siempre -cómo si no entender que haya en una ciudad tan pequeña un teatro tan maravilloso- fue perdiendo en el olvido su afición por carencia y abandono. No olvidemos que el odeón estuvo a punto de pasar por la piqueta para convertirse en un bloque de casas. Muchos nos movimos a tiempo y llegó esa bendita ley socialista de «salvad a los teatros clásicos», patrimonio de nuestra cultura.

Maravillosa su rehabilitación: pero el público había perdido la costumbre. Sólo un hombre con la paciencia y el talento de Ripoll fue capaz del milagro de que volvieran a hacer colas, de que se quedara pequeño, de que haya lista de espera para estrenar nuestros espectáculos. Y de que lo que diga Ripoll en su informe a la red de teatros nacionales vaya a misa.

Parece que estoy haciendo un obituario, en este país que sólo hablamos bien de la gente cuando ellos ya no oyen ni leen. Por eso da gusto decir esto a un hombre todavía joven que de alguna manera seguro que seguirá detrás del telón, con su prudencia y timidez como si fuera un legendario actor secundario de nuestras tablas.

Aprovecho para ampliar el embrujo de las musas al equipo del teatro, que es de lo mejor que uno puede encontrar en cualquier teatro público. Y lo amables que son cuando se enfrentan a las dificultades de un estreno absoluto, como le gusta decir a Ripoll. Y como olvidarme de Zaida, la estupenda mano derecha en la sombra, siempre con una sonrisa y una eficacia perfecta.

El musical americano está lleno de letras de canciones dedicadas al «show business». Nosotros sólo tenemos zarzuelas y revistas, que claro, no es lo mismo. Pero hay una canción de Lina Morgan de una de sus multitudinarias revistas que estuvo muy en boca de todos. No puede venir mejor al epílogo. Cantaba Lina: «Agradecida y emocionada, solamente puedo decir: gracias por venir». Lina se refería a gracias por ir a verla. Yo me refiero a Antonio por venir a Avilés, por aguantar a tanta inepcia política, por no perder nunca la emoción a pesar de tanto inculto...

Vuelvo a repetirme con inmenso gusto: si todos los teatros españoles tuvieran un hombre como Antonio Ripoll, nuestro teatro sería otra cosa. Antonio, no te vayas todavía.