Nos han dado con la puerta en las narices y el Gobierno lo tiene cada vez más difícil para contener el deslizamiento al caos que supone el desajuste financiero. Las llamadas angustiosas de Rajoy pidiendo a Bruselas, al BCE, a la propia Ángela Merkel, que por solidaridad echasen una mano para enderezar la prima de riesgo e inyectar fondos a nuestro tejido bancario, no han tenido más respuesta que la de prolongar un año el compromiso sobre el déficit y recomendar nuevos ajustes tales como subir el IVA, ampliar la base de los impuestos indirectos, consolidación fiscal de las autonomías, adelantar el retraso de la edad de jubilación y recapitalización de los bancos.

Estamos en días clave y nadie sabe por dónde van a transcurrir. Felipe González acaba de declarar que «nos acercamos a una situación de emergencia total». Algunos mercados andan ya descontando los efectos de una intervención en toda regla, al tirar la toalla el Gobierno, impotente para salir de la situación con los únicos medios del país. Para la gente de la calle la lección se centra en aspectos laterales como es si se crea o no una comisión de investigación sobre las cuentas de Bankia o la cuantía de las escandalosas jubilaciones a directivos cesados.

No todo está perdido, pues entra dentro de lo posible un nuevo órdago de Rajoy ante la UE, contando con la colaboración de Hollande para apretar el cerco a la canciller alemana, que es la principal beneficiaria de los diferenciales de la deuda y de la debilidad del euro. Su política de austeridad de ahorro no puede llegar hasta el acoso y el abandono de los socios con dificultades.

La opinión pública en la Eurozona está evolucionando hacia criterios de censura sobre las decisiones de los burócratas de Bruselas y empieza a ponerse en duda la cesión de soberanía, la delegación de poderes, la imposición de recortes y el egoísmo de algunos países para no ayudar a los países atacados por los mercados.

Según un reciente informe norteamericano, el entusiasmo europeo se está debilitando rápidamente. El 50% de los españoles, el 65% de los franceses y el 70% de los griegos piensa que la UE ha empobrecido a sus respectivos países, habiendo disminuido sensiblemente el aprecio hacia el euro aunque se mantenga como moneda única. Lo mismo podría decirse respecto al libre mercado y al capitalismo como fórmulas para garantizar el bienestar al conjunto de la ciudadanía.

Con tales cambios de valoración, no es de extrañar que algunos saquen la conclusión de que es la misma idea de Europa la que está en peligro de marcha atrás. La percepción de Europa está cambiando. Para las generaciones mayores representaba un espejismo pero hoy es una realidad tangible en todos los sectores de la vida y no solamente en la vida económica, vivencias no siempre positivas.

En España la ciudadanía se da cuenta que nuestro papel en la UE no es muy lucido y hay un enfriamiento considerable de las adhesiones de los años 80. Nadie pone en duda la pertenencia a la UE pero sí es necesario un nuevo proyecto de España en Europa que recupere anteriores entusiasmos europeístas. Sería ingenuo pensar que podemos imponer una agenda en Bruselas, pero sí saber jugar mejor con nuestras cartas para conseguir, al menos, la solidaridad que prescriben los tratados de Maastrich y Lisboa.