Esta es la historia de un crío humilde que como cientos más de su quinta soñó con ser futbolista y jugar en los campos míticos de Primera División: el Bernabéu, el Nou Camp, el Calderón... Ni tenía antecedentes futbolísticos en su familia que avivaran esa ilusión, ni el lugar donde vino al mundo reunía las mejores condiciones para triunfar en el balompié. Nada de eso. José Manuel Suárez Rivas se crió en la aldea maliaya de Sietes, parroquia de San Martín de Vallés (Villaviciosa), donde lo más parecido a un campo de fútbol son los prados empinados donde pastan las vacas, y en el seno de una familia que sólo tenía contacto con el fútbol por la tele.

Los aficionados al fútbol ya saben que esta es la historia de «Sietes», el apodo con el que es conocido el capitán del Real Avilés, y los no iniciados deben saber que este es el retrato de un buen tipo, nada que ver con el cliché de futbolista famoso engreído y envilecido por el dinero fácil. Y es que Sietes pasó por la Primera División del fútbol español -sí, él fue de los privilegiados que alcanzó aquel sueño infantil- con la humildad que le inculcaron sus progenitores, unos modestos agricultores que habían anhelado para su hijo un futuro basado en el estudio de una carrera universitaria y acabaron teniendo en casa a un prometedor defensa codiciado por algunos «gallitos» de la Primera División española.

Sietes dio los primeros pasos de su carrera deportiva en el colegio de Villaviciosa donde estudió la EGB. No debía de ser malo aquel equipo de pueblo -dicho con todos los respetos- pues se proclamó campeón de Asturias de la liga escolar, un honor habitualmente reservado a centros educativos de capitales como Gijón u Oviedo. De aquella, aquel chavalín zurdo apodado Sietes -en referencia a su origen- regateaba a su sombra y goleaba con pasmosa facilidad. Más tarde acabaría retrasando posiciones en el campo hasta acabar de lateral, uno de los puestos que ocupan los jugadores encargados de taponar a los delanteros rivales. De eso juega en el Real Avilés, y según las crónicas aún da la talla a sus 38 años.

Durante una charla concertada para acabar de perfilar al personaje, bromeo con Sietes comentándole que a mis años se me pondría bastante cuesta arriba pegarme una galopada por la banda del Suárez Puerta y volver luego a defender y su respuesta está a la altura de la chanza: «¿Y qué crees que a mi no?». Sietes ya se ha acostumbrado a que los aficionados rivales se metan con su edad, como si los 38 años fuesen incompatibles con la práctica del fútbol. Eso de que le griten «¡abuelo!» y cosas por el estilo ya ni le afecta: «Podían ser un poco más originales», remacha zanjando el tema.

En el caso del capitán del Real Avilés el presunto declive físico queda compensado por otro valor que cotiza a la baja en los campos de fútbol españoles: el pundonor. Sietes, según sus compañeros es un ejemplo de profesionalidad en los entrenamientos, un referente al que el vestuario idolatra porque lejos de limitarse a pasear la camiseta la deja empapada de sudor. Y al parecer la cosa no tiene más secreto que la honradez, el sentido del compromiso. «Cuando doy mi palabra es para entregarme al cien por ciento; por eso, cuando acepté jugar en el Avilés fue para dejarme la piel en el campo», asegura el futbolista. Y bien que se lo recompensa la hinchada del Real Avilés, que hasta le ha compuesto una letrilla para cantar a grito pelado.

Volviendo a la carrera deportivade aquel chavalín que deslumbraba en la liga colegial, el siguiente peldaño de su ascenso a la máxima categoría del fútbol español le llevó a los infantiles del Lealtad de Villavisiosa, desde donde dio el salto a la escuela de Mareo. Allí, en Gijón, fue la primera vez que se percató de que iba a tener un serio problema para llegar a ser una estrella, si es que eso hubierasido posible: interno como estudiante en La Laboral no soportaba la falta del afecto familiar, la lejanía de los suyos. Fue la misma tortura que experimentó cuando le fichó el Valencia, cuando viajó a Atlanta para jugar con la selección española en las Olimpiadas, cuando se aventuró en el fútbol inglés militando en el Watford propiedad del cantante Elton Jhon; esa fue también la razón por la que despreció una jugosa oferta del Español y otra del Betis para aceptar un contrato menos ventajoso económicamente con el Racing de Santander que, al menos, le brindaba la posbilidad de estar cerca de los suyos.

De su paso por la Primera Division -trece temporadas, 199 partidos, dos goles- se queda con la experiencia en el Santander, el que según confiesa es todavía el equipo de sus amores. Con el Valencia disputó una Copa de la Uefa y en el equipo del Turia coincidió con algunos «cracks» y vivió las mieles del éxito. A toro pasado, asegura que aquello no le gustó: «Es un mundo en el que vives rodeado de privilegios, peligroso hasta cierto punto porque puede cambiarte las perspectivas y hacerte olvidar quién eres y de dónde vienes. La gente te idolatra sólo porque era famoso gracias a tener el don o la suerte de jugar en un equipo de fútbol; aún hoy me pregunto el porqué de esa adoración: ¿es que acaso salvo vidas o he descubierto la penicilina?».

Inmunizado como estaba a los cantos de sirena por la ya comentada humildad que le inculcaron sus padres, Sietes pasó página con la misma elegancia que conduce el balón por la banda. Tras la Primera División, y sin que se le cayesen los anillos, vinieron el Alavés, el Murcia y el Numancia, todos de Segunda; leugo el Lealtad, el equipo de su casa, y finalmente el Real Avilés, la que ahora es su otra casa deportiva. «Aquí he vuelto a sentir cosas que hacía mucho que no sentía», declaró este año en una entrevista a los compañeros de Deportes. Esas sensaciones, según explica ahora, ya finalizada la temporada, tienen que ver con el prurito de sentirse futbolista, con la emoción de sentirse partícipe de un equipo que ha devuelto la ilusión por el fútbol a una ciudad que había dimitido del campo, con el hecho de que, según confiesa, «me toca más la fibra el clamor de la grada del Suárez Puerta que el de la de Mestalla».

Por todo eso y por lo que se calla Sietes quiere seguir llevando el brazalete de capitán un año más. El ansiado ascenso no pudo ser este año y bien que le duele al veterano futbolista, que sabe de que habla tras haber vivido en carne propia la alegría de un ascenso del Racing de Santander a Primera. Él sabe que una así se la debe a Avilés.