Salía de una reunión para diseñar nuevas estrategias que permitieran hacer emerger ideas emprendedoras en Avilés. De hablar de crisis, de recortes, de utilizar la imaginación para sortear «la que está cayendo». Una llamada de mi madre me paralizó ante la noticia de que Manolo había muerto. No sabía qué hacer ni que decir y sentí una profunda sensación de vacío; se me pasaron por la cabeza imágenes, pensé en su mujer y su hija (dos de las personas más generosas e incombustibles que conozco), en mi abuelo -su hermano-, al que se le han ido dos hermanos en apenas dos meses. Y con esa sensación me fui a la oficina. Desconcertado.

En el verano de 2009, justo en el momento en que se jubiló, a los 80 años, escribía en estas páginas una de las máximas que aprendí con Manolo: «Camina despacio, pero con paso firme. Sé leal y cuida de tu familia y de tu dinero. Ahorra todo lo que puedas y reinvierte constantemente». Hablaba de toda una generación de empresarios que, de la nada, emergieron en Asturias y crearon proyectos globales, innovadores, con fuerza, que se posicionaron con marcas de reconocido prestigio. En el caldo de cultivo de un país con muchas necesidades, con pocos recursos, con poca formación, con dificultades para que emergiera cualquier cosa que pudiera sobrevivir; en ese contexto crecieron personas brillantes, con pasión, con dedicación, con ganas de romper el hielo y transformar su vida, la de su familia y la de muchas familias más.

Ayer ha muerto uno de esos empresarios que transformaron Asturias. Pero que también cuidaron, protegieron y fomentaron que su familia y sus amigos crecieran con ellos. Que suplieron sus carencias educativas con la energía, la pasión y la suficiente capacidad para fichar a los mejores y aprender con ellos.

Cuando hablo con compañeros emprendedores que día a día hacen todo tipo de cambalaches para sortear esta crisis, a menudo veo que nos falta esa fuerza, esa capacidad de visionar oportunidades donde otros ven problemas; esa capacidad de exigencia, trabajo y constancia. Cuando paso por momentos duros pienso muchas veces en Manolo. En su capacidad extraordinaria de trabajo. En cómo ENSIDESA estaba ahí para «todos», de modo que cualquiera podía aprovechar la implantación de la acería en Avilés. Pero él supo ir más allá, y crear una empresa que usando el acero desarrolló productos que hoy son una referencia internacional absolutamente diferenciada, de alto valor añadido y con una capacidad de reinventarse extraordinaria, y que es un modelo absoluto de estudio en las escuelas de negocio.

Sorprenden, muchas veces, las frases hechas y las simplificaciones de las personas que quieren restar méritos por «lo fácil» que era hacer negocios con la antigua ENSIDESA. Pero de lo que no se dan cuenta es de que lo difícil es crear un modelo de negocio que lleva décadas mejorando y adaptándose a un mundo globalizado, hasta el punto en que una parte importante de las placas solares del mundo o de las vallas de protección en carreteras de cualquier país tienen sello asturiano.

Crear algo puede ser fácil, pero mantenerlo y globalizarlo es algo absolutamente extraordinario, y debemos mucho a la generación de Manolo, porque nos están diciendo que es posible, que los tiempos pasados no fueron mejores sino peores; que hay que trabajar para crecer y que hay que canalizar nuestra inteligencia y nuestra pasión para crear un impacto social y económico. ¡Y se puede lograr!

Yo no iba para empresario, como se suele decir. La verdad es que parece que nos «programan» para que estudiemos, para que seamos buenos trabajadores (si es como funcionarios mejor) y para que aceptemos las reglas de juego.

En cambio, tras acabar mi carrera y mi doctorado tuve una conversación con Manolo en su despacho, que duró horas. Estábamos solos y la tengo grabada a fuego. Me dijo que emprender es ante todo gestionar tu libertad. Es coger el toro por lo cuernos. Nuestra vida, nuestro esfuerzo, lo que hacemos en este mundo tiene que servir para algo. Estaba resentido porque a veces la «sociedad» no le trató bien, pero estaba satisfecho porque se sentía pleno, había conducido el timón de su barco; muchos cientos de familias vivían de lo que había emprendido; sabía que había dejado huella y que había estado en este mundo para sumar.

Se pueden imaginar que salí eufórico de aquel despacho. Había que trabajar duro y coger nuestro timón. No sería fácil, ni cómodo. No estaría exento de críticas. Pero es lo más ilusionante que una persona puede hacer en este mundo. Descansa en paz, Manolo; has dejado muchas semillas sembradas y gracias, como dice uno de mis autores favoritos, porque «el legado que dejas no es el dinero que has acumulado, sino cuanto has sido capaz de mejorar el mundo». ¡Gracias de corazón allí donde estés!