En Valliniello, en el Fondo, está Quintana Rubín. Allí nació Manuel Álvarez, «Lloriana», hace 84 años, el noveno hijo de los nueve que tuvieron Manuel y Florentina -un matrimonio vaquero- cuando Avilés todavía no era Avilés. El empresario se apagó del todo ayer por la mañana en el Centro Médico de Oviedo. Ya hacía dos semanas que no pasaba por su despacho, en la sede social de Hierros y Aplanaciones (HIASA), su empresa más querida. Cuando terminó la recepción que la alcaldesa de Avilés ofreció a los ganadores de la «Sardina de Oro» de la edición de 2010 me dijo: «Sigo yendo a mi empresa cada día, me paso 6 ó 7 horas en las naves». Y es que Lloriana empezó a trabajar cuando era un niño y nunca dejó de hacerlo. Un hombre incombustible, de acero.

No era de hablar mucho con los periodistas: lo hacía cuando no le quedaba más remedio. Lo suyo de verdad eran los negocios. HIASA, Asturmadi, Esmena, Sanluce, Plastifelsa... Lloriana dejó huella en el sector del transporte, en el del metal, en las manufacturas plásticas y hasta en el fútbol. Entre 1992 y 1996 presidió el Real Avilés Industrial, cuando la transformación del club en Sociedad Anónima Deportiva. En su época el equipo de su ciudad rozó con los dedos la Segunda División.

Lloriana imprimía carácter. Nunca dejó de ser jefe. Don Manuel para sus empleados. Aprendió a ser empresario explotando el sentido común: «Si vas a comprar tienes que pagar lo menos posible y si vas a vender debes obtener el máximo dinero posible». Claridad meridiana. Dos centenares de invitados le ofrecieron un homenaje en El Balneario cuando estaba a punto de cumplir 80 años y entonces seguía siendo el mismo de siempre: humor grave, negociante duro, hombre de hierro, mirada pequeña. «Me gusta tanto trabajar que hasta lo paso mal en los puentes, cuando la fábrica de Cancienes está sola», me explicó. Periodista y empresario sentados a la mesa, después de ultimar los detalles de la fiesta que estaba a punto de celebrar.

El empresario se pasaba las horas trabajando: de aquí para allá. De Cancienes a Avilés y de Avilés a San Martín de Laspra, a casa. Se tomaba un café en El Chango, cerca de la empresa: diez minutos de nada. Y luego subía al Mercedes y un asistente le llevaba al fisioterapeuta. Ya no conducía. Vuelta al tajo. «Echaba alguna bronca». Lo normal a su edad, cuando ya lo había vivido todo.

Todo empezó en los «praos» del Fondo de Valliniello -patria chica, junto al planeado y replaneado polígono industrial de Retumés-. «Mi familia era una de esas de aldea, con algunas vacas, con algunas tierras y mucha hambre...», hizo memoria. «Había que plantar patatas con la fesoria, el maíz... y andar con las vacas, llevarlas a pastiar a los prados que había donde estuvo Ensidesa y ahora está Arcelor. Teníamos ocho o diez animales, pero lo que sacábamos iba casi todo para la familia. Cogíamos un carro e íbamos al mercado a Avilés a vender repollos, huevos... para que mi hermana Flora pudiera traer aceite y esas cosas que nos faltaban. Al menos en casa teníamos leche, éramos una familia humilde de labradores».

Los padres de Lloriana tuvieron nueve hijos. Florentina murió en su último parto, cuando nació el empresario. Flora se encargó entonces de dirigir la extensísima familia. Hace pocos meses falleció Socorro, otra de las hermanas del empresario. José María Álvarez es el último de todos. Ha vuelto a Valliniello, las raíces son profundas.

El primer negocio de Lloriana fue el transporte. Eran los años pioneros de Ensidesa. «En la mili saqué el carné militar de conducir. Para camiones, ya sabe. Cuando la terminé había que cambiarlo por uno civil para poder conducir en la calle. Así fue como me hice camionero», explicó en la mencionada entrevista. Fue en el año 1951 cuando compró su primer vehículo. «Transportaba de todo, para un montón de clientes. En pocos años, en cinco, ya me había comprado diez camiones y salíamos por toda España». Aquellos años habían sido buenos para los negocios.

Una de las virtudes principales de la manera de trabajar de Lloriana fue siempre la amplitud de miras: los negocios no se hacen únicamente a la vuelta de la esquina. Muy pronto salió de Avilés, de Asturias, de España entera. Hay que estar donde están los clientes.

-¿Qué se necesita para ser un buen hombre de negocios? -le pregunté durante aquella entrevista que hicimos hace ya cuatro años.

-Lo fundamental es valor y, sobre todo, saber escuchar para equivocarte lo menos posible... Luego tener a alguien con algún capital y hacerte con un proveedor. Y, claro, tienes que formar un equipo de colaboradores para cumplir el proyecto de tu cliente, que es el que te da de comer, de beber y hasta de reír. Si le cuento mi vida... -me contestó.

Manuel Álvarez se asoció con Francisco Riberas y los dos juntos levantaron HIASA, que hoy es una pieza más del Grupo Gonvarri, controlado ahora por Jon Riberas, el hijo de Francisco. Dejó los camiones porque el negocio ya no estaba en trasladar metal, el dinero estaba en la transformación. Yél lo vio. De Cancienes salen la mayor parte de las barreras de seguridad de las carreteras. «Mis negocios no los hice yo solo. Tengo un equipo tan bien formado como para tomar el relevo de la empresa, el que se va a quedar», aseguró.

Aquella conversación que tuvimos duró más de una hora, poco tiempo para resumir ocho décadas enteras, una historia que empezó en el fondo profundo de Valliniello.