Poetisa, autora de «El síndrome Kalashnikov»

Saúl FERNÁNDEZ

Natalia Menéndez (Avilés, 1973) dice: «Escribo en bares desiertos y trenes fugaces. /Algunas veces me lanzo a la yugular si es necesario». Pero, no se alarmen, la poetisa no es peligrosa. Acaba de publicar «El síndrome Kalashnikov» (Trabe, 2012), su cuarta colección de versos después de «Las virtudes cardinales», «La nostalgia del caníbal» y «Restos del naufragio»; el resumen de cuatro años de trabajo, la certificación de que los días no pasan en balde y de que dejan huella, huellas que resisten el tiempo. Menéndez es colaboradora habitual de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. Se gana la vida con la enseñanza. Es profesora de Lengua y Literatura en el IES de Tineo.

-Leyendo su último libro pareciera que el amor es un combate.

-No sólo el amor, la vida entera. «El síndrome Kalashnikov» es eso, la virtud del combate de la vida.

-Impacta el título.

-Es el mismo del último poema. El libro es una recopilación de poemas que he ido escribiendo en los últimos años. Creo que la idea del combate ya estaba en un libro anterior.

-La melancolía se ha disipado.

-Melancolía siempre hay. El libro es heterogéneo...

-... No diría yo eso.

-Me refiero a que su origen es heterogéneo. Empecé a releer aquello que fui escribiendo y detecté un espíritu combativo, combates para cambiar la vida.

-¿Y la melancolía?

-Soy bastante racional en todos los aspectos de la vida, incluso en los que se supone más irracionales.

-Las citas de autoridad quedan ahora borrosas en este nuevo libro suyo.

-Quizá en «La nostalgia del caníbal» las citas eran más importantes, era una idea premeditada. Se trataba de una relación del cuerpo, la sexualidad... Por eso recopilé una serie de líneas escritas sobre el asunto. En «Las virtudes cardinales» no destacan y, tienes razón, tampoco aquí, en «El síndrome Kalashnikov». No sé dar una explicación clara sobre esto.

-Hablaba de una recopilación cultivada en estos últimos años.

-Sí. «El síndrome del Kalashnikov» no nace como libro en sí, es el resumen de estos cuatro últimos años de mi vida. El último poema, por ejemplo, lo leí con Jorge Ilegal, cuando «Convergentes». Hay unos poemas neoyorquinos que los escribí para una exposición que se inauguró el otro día. ¿Cómo salen los poemas? No sabría decirte. Hay un poema que escribí después de una conversación con una amiga. Hay sucesos personales, pero también historias que veo a mi alrededor. Me senté un día a leer lo que había escrito: fui añadiendo, descartando, volviendo a añadir... Escoger poemas lleva su tiempo, no se crea.

-¿Cómo se enseña poesía a los alumnos de Secundaria?

-Lo primero que les dije es que no hay que tener prejuicios con la poesía y también les insisto a mis alumnos que la poesía no se puede leer como la narrativa. Son cosas distintas.

-¿Ya se va a lanzar a la narrativa?

-Llevo años diciéndolo, pero no me termino de poner... y, de momento, me va a seguir costando.