Laura G. ORTIZ

Mateo Largo, vecino de la localidad gozoniega de Molín del Puerto, es la prueba viviente de que la edad no es un impedimento para llevar una vida plena. Un hombre que, a sus 80 años, mantiene una actividad física envidiable y que ha sido recientemente homenajeado por seguir dedicado a la pesca submarina -una actividad de la que es el decano de la comarca-, además de tener un reconocimiento al mérito civil por haber ayudado a rescatar varios cadáveres del agua. Incansable e inquieto como es, este octogenario también practica otros deportes: ciclismo, natación y senderismo. «Con la bici he llegado a recorrer 34 kilómetros diarios, nadando hago todas las semanas 1.600 metros, y caminando, unos 17 kilómetros; si no hago más deporte es porque faltan horas en el día», explica.

Su afición por la pesca la descubrió cuando un compañero de trabajo le dejó un fusil subacuático; eso le dio pie a probar sus habilidades debajo del agua. «Llevo ya 51 años pescando y aunque quisiera dejarlo no puedo», asegura. Pese a que le gustaría, las inmersiones no son parte de su agenda deportiva diaria porque hay muchos días que no se puede pescar. «El agua suele estar turbia», lamenta. «El submarinismo me lo tomo como una afición, no como un trabajo; de hecho, el pescado que cojo lo comemos en casa o lo regalo; antes no había congeladores así que casi todo lo que pescaba lo regalaba».

Cualquier pescador asturiano tiene, a buen seguro, alguna anécdota que contar; sin embargo, hay una que sólo le ha pasado a Mateo Largo: pescar un tiburón en Gijón. «Yo vivía enfrente de la escalera 2 de san Lorenzo; me asomé a la ventana y vi una aleta enorme trazando círculos, así que me acerqué», relata. El pescador capturó ese día, con tan solo un arpón en la mano, un jaquetón de más de una tonelada.

Pero hay más momentos memorables en la dilatada trayectoria de Mateo Largo como submarinista. «Lo mejor que me pasó en la mar fue cuando pesqué una corvina de 26 kilos. Fue en Navia y cuando vi aquel bicho, aluciné», explica el episodio con la misma pasión que si hubiese ocurrido ayer.

Según Largo, lo que más trabajo le costó vencer fue la desconfianza a adentrarse en las cuevas submarinas por miedo a engancharse y quedarte atrapado. «Es cuestión de hábito, te acabas acostumbrado; yo ahora estoy viciado por el submarinismo, nado muy tranquilo dentro de las cuevas y también en las profundidades», afirma.

Sin embargo, no todo es color de rosa debajo del mar; el pescador recuerda con tristeza un par de experiencias que le marcaron para toda la vida. «Una vez quedé enganchado a seis metros de profundidad en la cueva de la punta del Infierno, en la playa de Xagó. Andaba detrás de un xargo, un pez muy fino al que hay que atacar cuando se pone de perfil; tanto esperé el momento para disparar que me quedé casi sin aire, y cuando fui a moverme estaba enganchado en una roca», relata el pescador. «Con los nervios, se me cayó el cuchillo con el que trataba de soltarme... Apenas me quedaban unos segundos de vida, y entonces pasó algo increíble...», prosigue.

Según Largo, la mente es tremendamente poderosa y en momentos críticos «actúa por su cuenta»: «A mí me daba igual morir así porque en el fondo es una muerte buena, pero en esos segundos de angustia, no sé cómo, pegué un tiró a la roca y se derrumbó», concluye. Cuando llegó a la superficie, Mateo Largo aspiró ansioso la bocanada de aire que mejor le supo en su vida.

Este submarinista que vivió en carne propia el trance de verse a punto de morir ahogado se emociona al contar algunos de los casos por los que le dieron un diploma de mérito civil. «El primer cadáver que vi en el mar fue el de un chico ahogado en Bahínas. La familia me pidió que lo sacara del agua dado mi conocimiento de la zona. No fue una tarea agradabale, la verdad», explica. No obstante, el rescate más triste que recuerda Largo es el de un niño de 15 años que finalmente fue hallado muerto. «Cuando se lo entregué a la madre, ella lloraba desconsolada y se tiró a mis brazos», evoca este veterano de la mar mientras sus ojos humedecidos dan fe de la pena del episodio.