Quizás habría que incorporar la meteorología del momento al conjunto de causas que determinan el estado de ánimo del ciudadano de a pie. Tanta agua caída -y más pronosticada- frustran primaveras y ahogan cualquier brote verde que se atreva a despuntar.

Nunca más a propósito aquello de «llueve sobre mojado». La depresión, además de la indicada por las isobaras, está ya instalada por tantos problemas y malas noticias, de toda índole, desde la corrupción a las incapacidades de nuestros políticos y gobernantes. Los indicadores hunden ánimos y esperanzas. Se escuchan índices de paro del 28 por ciento para finales de año y que habrá que esperar a 2015 para rebajar la escalofriante cifra de seis millones de parados anunciada desde Bruselas y el Banco de España. El último Informe Foessa, de Cáritas, habla de tres millones de personas en situación de pobreza severa y otros diez millones en pobreza relativa, al borde del desahucio social.

El panorama urbano se presenta cada vez más deprimente, por tanto «se vende» y «se cierra» con letreros que ya se ofrecen en los bazares chinos. No impresionan, por su cotidianidad, los ERE, los encierros, las manifestaciones más o menos tumultuosas. Es la imagen de un país zarandeado por la crisis, pero también por la incompetencia y la demagogia.

El ciudadano se estremece y pregunta: ¿ y ustedes, Gobierno y oposición, qué piensan hacer? No hay respuestas válidas, sino un generalizado escurrir el bulto por medio de eufemismos mentirosos.

Aparte de la extendida depresión ciudadana, lo cierto es que España está en momentos de alta tensión política, económica y social. Las instituciones, incluidas las hasta ahora más respetadas, están siendo controvertidas e incluso ya se les marca fecha de caducidad. La fragmentación del país hacia un modelo cantonalista parece haberse acelerado y desde Galicia, el País Vasco y Cataluña se exige que, en el plazo de pocos meses, las urnas den opción a la ruptura formal.

¿Cómo enderezar tanto disparate nacional? Los psicólogos clínicos apuntan que curar o aliviar la «depre» pasa por llevar al ánimo el interés de la tarea ocupacional. Dicho de otra forma, reforzar nuestro trabajo y atención en lo inmediato, poniendo, si es necesario, tapaderas y orejeras al ruido exterior. Hay que aguantar el diluvio, hacer frente a la corriente aunque nuestra parcela ya esté inundada. El ramo de olivo de la esperanza vendrá antes cuanto mayor sea la suma de esfuerzos individuales y el rechazo a tantos falsos profetas que por turnos nos vienen ofreciendo la tierra de promisión, pero que con tanto reajustes nos han dejado sin vestiduras, desamparados ante las inclemencias. Ha llegado la hora de una movilización por el crecimiento.