Escritor, presentó el viernes en Avilés su último libro, «Carne de melandru»

Lo último de Milio Rodríguez Cueto (1962) es la novela «Carne de melandru» (vtp, 2013), un libro por el que el escritor gijonés se llevó el «María Josefa Canellada» en su última edición. Este galardón lo concede todos los años el Principado de Asturias y premia a las mejores creaciones en lengua asturiana destinadas al público infantil y juvenil. Lo presentó el viernes pasado en la I Feria del Llibru y del Discu de Avilés, un encuentro cultural neonato que se despide esta tarde después de cuatro días en la antigua pescadería, el vestíbulo del Niemeyer. Las autoridades prometen nuevas convocatorias.

-¿Su careta de novelista juvenil es distinta de la de cuentista o novelista para adultos?

-Por razones profesionales conozco bastante bien el público adolescente. Doy clase en un instituto...

-¿Cómo es ese público?

-Pongamos que refractario a la lectura. Por eso cuando escribes novelas como esta tienes que utilizar recursos narrativos particulares: mucho diálogo, poca descripción... tienes que huir de las oraciones subordinadas si no quieres que el lector se escape en la tercera página.

-Profesor y escritor.

-En mi instituto, donde doy clase, procuro pasar desapercibido como escritor. En otros sí que imparto charlas...

-Pero siempre mola tener un «profe» escritor.

-Claro que mis alumnos saben que también escribo libros. Internet funciona muy bien, pero yo procuro no definirme ante mis alumnos como escritor.

-¿Pudor?

-No, no. Un escritor tiene que ser una figura simpática y si el escritor es el que pone los exámenes... Vamos, que no quiero que vinculen la literatura con los suspensos. Sería un inconveniente para la literatura. Y ya tiene suficientes.

-«Carne de melandru» es una novela para chavales con la Guerra Civil como fondo.

-Sí, sí. En principio la literatura juvenil tiene que cumplir un requisito fundamental: que el héroe sea joven y que, además, sea un héroe más activo que contemplativo, es decir, tienen que pasar cosas. Es el mejor modo de que el lector se identifique con el protagonista. En «Carne de melandru», pese a que se desarrolla en dos días, pasan cosas. El chaval vive en un pueblo de perdedores de la Guerra, un pueblo de Laviana, de donde viene la familia de mi padre... Y cuento las historias que me contaba él. No necesariamente igual. Hilo esta con aquella y a todas les pongo un poco de ficción. Y así sale la novela.

-Lo normal en este género es tú me quieres; te quiero yo más...

-A mí eso no me gusta nada. No me gusta ofrecer literatura cursi o muy condicionada por la moralina del momento. No me parece bien que la literatura deba ser instrumentalizada por la moral. Es horrible. La literatura forma ciudadanos de por sí sin necesidad de teñirla de moralina. Y, además, no soporto la literatura cursi. Estoy convencido de que si se educa a los chavales por el gusto de las artes tendremos mejores ciudadanos.

-Hannibal Lecter tenía un gusto refinado por las artes y, vamos, no me parece un ejemplo de ciudadano modelo.

-Vale. Y Hitler pintaba acuarelas. Hay excepciones. La literatura a veces tiene un efecto rebote.

-Cuando yo estudiaba leíamos a Eduardo Mendoza. Ahora son historias de vampiros.

-Las historias de vampiros no forman parte de las recomendaciones escolares. Se lo aseguro. Ni las de vampiros ni las de los chavales de 13 años que comparten unos pantalones mágicos. Lo peor es que cumplas 30 años y te pongas a leer a Murakami, que es un novelista para adultos infantilizados. Algunos adultos siguen leyendo las mismas novelas de cuando tenían 13 años. Hay que dar el salto a Joyce o a Conrad.

-Treinta y cuatro años pidiendo la oficialidad del asturiano. ¿Es cómo hablar con una pared?

-Eso es. Y dirán ahora que hay cosas más importantes. Y ahora no les falta razón, pero nosotros llevamos treinta años hablando de lo mismo. No es un problema frívolo, es un problema de derechos humanos. Verás: «Carne de melandru» tiene un premio que concede una administración española. Soy español, soy escritor, pero no tengo derecho a presentarme al Premio Nacional de Literatura. Un ciudadano valenciano, un ciudadano gallego, en cambio, sí que puede presentarse al premio. No puede ser. Como dice Shakespeare: «¿Si nos pinchan, no sangramos?» Somos los judíos de la literatura del estado español. Somos los Shylocks: ciudadanos de segunda.

-¿Y qué va a hacer al respecto?

-Voy a presentarme al Premio Nacional, para que me digan que no, que no puedo porque escribo en una lengua que ellos no saben decir cuál es. Cuando llegue mi novela a los bibliotecarios de la Nacional o del Fontán, ¿dónde van a catalogarla? Existe la posibilidad de hacerlo en gallego, en catalán... pero no existe una abreviatura para el asturiano. ¿Qué pasa? Que me digan en qué idioma hablo. Si no es español, ¿qué idioma es? Considero que conculcan mis derechos porque no puedo presentarme en igualdad de condiciones que cualquier otro escritor. Y no es porque pretenda ganar, que no se trata de eso.