Las mentiras que son transmitidas a la gente, ya desde la escuela primaria, tanto en Cataluña como en las Provincias Vascongadas por una historiografía manipulada, no son otra cosa que aleccionamientos ideológicos interesados, los cuales tratan de justificar de forma torticera y falsa invenciones efectuadas en un pasado muy reciente. Así lo hacen para evadir las responsabilidades propias de los intereses infames de ciertos políticos que buscan en sus mentiras el aparecer como redentores de sus paisanos y cometer sin recato las mayores barbaridades.

De este modo, las machaconas afirmaciones de que los vascos y los catalanes no son españoles y de que tanto unos como otros viven la opresión de una España tiránica y ladrona desde hace siglos constituyen un verdadero crimen al envenenar las conciencias de una juventud que al hacerse adulta clama por una imposible independencia y por un inexistente pasado de glorioso recuerdo.

Resulta, pues, más que necesario, indispensable desmentir tan sectarias afirmaciones, tanto por su intrínseca falsedad, absolutamente alejada del mínimo rigor histórico, como porque la creación de esta conciencia nacionalista puede comportar trágicas consecuencias no sólo para estas regiones, sino -y lo que es peor- para todos los españoles.

Desde hace tiempo, sobre todo en Vascongadas, la tragedia terrorista, amparada por el nacionalismo insensato, se ha cobrado muchas vidas, y es éste un hecho que no vale enmascarar con las dosis de patriotismo que los nacionalistas predican y que ahora con la instalación de Bildu en las instituciones puede acabar en una verdadera tragedia nacional.

Si queremos buscar las verdaderas raíces históricas de las Vascongadas y de Cataluña, debemos remontarnos a las realidades anteriores a Sabino Arana o a Prat de la Riba. Por poner sólo un ejemplo: la Guerra de la Independencia. Durante ella, las partidas guerrilleras vascas no dejaron de hostigar al Ejército francés, invocando siempre el nombre de España. En las Cortes de Cádiz el diputado vasco Yandiola decía: «No son los fueros ni el provincialismo los que rigen el criterio de los diputados de Vizcaya, sino la felicidad de toda la nación».

En Cataluña sucedía otro tanto. Los guerrilleros del Bruch, que escribieron una página histórica de patriotismo español difícil de superar, cantaban una letrilla que decía: «No queremos ser franceses, somos españoles». A mayor abundamiento, en el sitio de Gerona se cantaba también la españolidad de Cataluña con coplas y músicas militares, diciendo: «Gerona no se rinde porque es España y España no se rendirá», y no olvidemos que la máxima heroína de la Independencia, Agustina de Aragón, era catalana.

Pero si queremos testimonios de filósofos y literatos, véanse las numerosas manifestaciones de españolismo de don Miguel de Unamuno y de Pío Baroja por lo que atañe a Vascongadas, y concerniente a Cataluña consúltese la opinión de Pla y del propio Cambó. Éste, asegurando que en sus prédicas nacionalistas por los pueblos catalanes no acudía nadie a sus mítines, y Pla, asegurando que si alguien en los fines del siglo XIX y principios del XX hacía gala de nacionalista era considerado como un chiflado.

Pero tanto el nacionalismo catalán como el vasco siguen mintiendo a sus gentes e inculcándoles un odio insensato a España, y es claro que del odio no se derivan nunca más que malas acciones y peores consecuencias.