La anunciada marcha de los últimos frailes franciscanos para Galicia y el consiguiente cierre de la casa monacal que esta orden religiosa viene ocupando en Avilés desde el siglo XIII pone de relieve la languidez con que esta ciudad se toma alguno de los temas que le incumben. Ni una sola voz se ha hecho oir para pedir, así sea por misericordia, la continuidad de los franciscanos. Resignación, lamentos y buenas palabras; esa ha sido la decepcionante respuesta social e institucional. Talmente parece que a nadie le importa la pérdida de un trozo de la Historia avilesina, pues eso es la orden franciscana en esta tierra: un episodio, y no precisamente pequeño, del pasado avilesino. En cualquier otra localidad estarían intentando, cuando menos, frenar lo aparentemente inevitable, promoviendo acciones de rechazo o tratando de mover hilos para dar marcha atrás a la decisión del traslado. Así fuera sólo porque el legado franciscano, bien gestionado, podría hasta convertirse en un aliciente turístico. Una vez más, Avilés pierde. Y calla.