El Alzheimer es un monstruo que roba los recuerdos, una enfermedad degenerativa que agota a quien la padece y a quienes le rodean. El desgaste físico es, en ocasiones y a juicio del presidente de la Asociación y Fundación Alzheimer Asturias, Laureano Caicoya, el detonante de hechos violentos como el que ocurrió el sábado en Piedras Blancas, en la calle Rey Pelayo. Entonces José Fernández, de 86 años y enfermo del corazón, asestó, según medios policiales, varias puñaladas en el pecho a su mujer, Isabel Ortega, de 83, que sufría Alzheimer en fase terminal. Ella murió y él también, arrojándose al vacío desde una azotea.

En Asturias, según Caicoya, hay unos 20.000 diagnosticados de Alzheimer y, de éstos, 2.100 están afiliados a la Fundación Alzheimer. «No conozco a ninguno que reciba ayuda institucional», sentenció. De ahí que la asociación ofrezca ayuda a los socios, con la crisis siempre de telón de fondo. «Tenemos convenios con 16 residencias privadas, pero nos estamos encontrando con que cada vez más las familias sacan a los ancianos para cobrar su pensión», confesó. No sólo eso. «En 2007 empezamos a donar alimentos para los pacientes terminales y hace unos dos años descubrimos que muchas familias comían gracias a la leche y los quesos que entregábamos a los encamados», recalcó.

Esto llevó a Alzheimer Asturias a iniciar una campaña en colaboración con el Banco de Alimentos. «Ahora ofrecemos productos a los enfermos terminales y también a sus familiares... Estamos viviendo una situación dramática», manifestó Laureano Caicoya, que agregó: «El Alzheimer es una enfermedad muy costosa y la Administración debe dejar de ser burócrata y concienciarse de que cuando alguien pide ayuda la necesita al día siguiente».

El monstruo llamado Alzheimer es científicamente un trastorno degenerativo de la corteza cerebral, progresivo, no tratable e irreversible. La percepción de la enfermedad por parte de los cuidadores casi siempre coincide, a juicio de los psicólogos: «Ven cómo su familiar se consume en una vuelta atrás irreversible a la etapa de bebés indefensos, pero esta vez sin una vida por delante».

Isabel Ortega perdió la vida a manos supuestamente de su marido y él se fue con ella, pero el de Castrillón no es el único caso del que se tiene constancia. En 2006, un hombre de 89 años, Rafael de Luis Villacorta, se suicidó en su casa de Oviedo tras estrangular con un pañuelo a su mujer, María Josefa Ronderos, de 80, y también enferma de Alzheimer. Este era un «matrimonio ejemplar», a juicio de los vecinos.

«En Gijón, hace unos tres meses, otra pareja anciana tomó una decisión similar. Sólo hace falta rascar un poco para darse cuenta de que la ayuda institucional no funciona y de que la ley de dependencia está quebrada por falta de medios», criticó Caicoya, que discrepó del Principado, que consideró a Ortega la primera víctima mortal por violencia machista de este año en Asturias. «Para decir estas barbaridades se debe conocer y vivir la realidad del enfermo de Alzheimer», subrayó Caicoya.

Caicoya añadió: «En fase terminal -Isabel Ortega llevaba siete años postrada en una cama-, el enfermo necesita ayuda para todo. Al tiempo que esa persona envejece su cuidador también y ante un achaque -José Fernández sufría un problema coronario- todo se vuelve complicado, por lo que a veces suceden estos hechos que para mí son actos de amor». Para el presidente de Alzheimer Asturias, el motivo de tristeza «debe ser el abandono de estas familias», aunque en el caso de Castrillón Laureano Caicoya lanzó un mensaje de apoyo a la hija de los fallecidos. «El Alzheimer es una enfermedad de desarraigo y desapego por lo que tiene mérito que estuvieran ahí», dijo.