El municipio burgalés de Covanera, en el valle del Rudrón, encierra un secreto que ha traído de cabeza a generaciones de espeleólogos. El Pozo Azul, una cueva parcialmente invadida por las aguas subterráneas, es el reto al que se enfrentan los expertos que pretenden, campaña tras campaña, llegar al origen de la cavidad. El Grupo Espeleología Gorfolí de Avilés forma parte del equipo internacional que escudriña las entrañas de esta cueva de origen kárstico, y que acaba de culminar una nueva campaña que sirvió para superar los 10 kilómetros de galería. Es el proyecto de investigación espeleológica más importante de España y uno de los referentes internacionales.

La campaña de este agosto duró 15 días. Pero la preparación supone trabajo de un año para tener a punto todos los preparativos e inmersiones previas. «La cueva es un sistema activo con variaciones de nivel de agua, una vez que finaliza el invierno los más cercanos, que somos los asturianos, empezamos a entrar, a reparar cosas, a instalar materiales... adelantando trabajo», cuenta el avilesino Xesús Manteca. El 3 de agosto comenzó la campaña propiamente dicha y ahora que ya terminó comienza otro trabajo, el de gabinete: «Pasar a papel los datos, valorarlos y reflexionar qué se hará la próxima vez». La próxima campaña aún tendrá que esperar, porque no está prevista para 2014.

Xesús Manteca se incorporó a las expediciones del Pozo Azul en el año 2004 (el equipo actual es de 2001), pero la historia de esta aventura es mucho más antigua. Varias generaciones de exploradores, desde 1964, han ido aportando nuevos descubrimientos, siempre de la mano de los cambios tecnológicos, que han sido fundamentales para seguir avanzando. El Pozo Azul explorado en aquel 1964 tenía 180 metros, y eso ya supuso un récord de exploración a nivel nacional. «Los espeleólogos sólo tenían un traje de goma, un par de botellas, regulador bitráquea y linterna en la mano», cuenta Manteca. La clave en las nuevas investigaciones, desde el año 2001, son los recicladores, que permiten mucha autonomía de gas: eso y los torpedos. «Como todos los saltos en la exploración, se suma la tecnología, las personas adecuadas y la idea para sacar adelante el proyecto. Ocurrió así con los vikingos, los navegantes portugueses...»

La vinculación de los asturianos con el Pozo Azul vino de la mano de sus primeros escarceos en espeleobuceo, en 1992, en Asturias y el norte de Burgos, con un grupo de británicos como mentores. La relación se convirtió cada vez más fluida y, bajo el liderazgo de Jason Mallinson, comenzaron años después en el proyecto burgalés. «Si hubiera un top de los mejores espeleólogos y espeleobuceadores, Mallison estaría entre ellos: tiene una determinación y una capacidad brutales, y a conseguido generar a su alrededor un equipo que le ayuda», afirma Manteca. Y junto a él, otros dos destacados de las profundidades: John Volanthen y Rick Stanton. Además de británicos y españoles (Andalucía, Cataluña, Madrid y Asturias) son habituales los holandeses, aunque en esta última campaña estuvieron ausentes.

«No somos profesionales, esto son nuestras vacaciones», asegura Manteca, quien subraya el carácter independiente de la expedición: «No hay un chapo de fuera, eso nos da mucha libertad: es una actividad para la que no debes tener más presión que la tuya».

Con la última campaña, el Pozo Azul ya pasa de 10 kilómetros de longitud: en la anterior campaña, 2011, el máximo explorado era de 9,6 kilómetros. Y este año, por primera vez, exploraron una bifurcación, ya que hasta ahora las indagaciones eran en una única galería. Este manantial ha ido horadando galerías en la roca. Que hasta ahora no hayan encontrado más bifurcaciones puede indicar, según Manteca, que aún están lejos de la cabecera.

El Grupo Gorfolí es uno de los exponentes de la trayectoria de la espeleología en Asturias, que comenzó en los años 20 del siglo pasado. Casi un siglo de trayectoria, pues, para una región que además es un referente internacional para los espeleólogos. Británicos, franceses y polacos son los más habituales en los Picos de Europa. Y junto a ellos, asturianos y leoneses. Xesús Manteca comenzó a meterse en las cuevas en 1980, con 14 años. «Siempre me gustó la literatura de aventuras, soñaba ir al Amazonas o a la Antártida, pero no había perras, y descubrí que al lado de casa había sitios donde nadie había estado». Ese fue el comienzo de su aventura. «Bajo tierra hay muy poco descubierto. y la única manera de descubrirlo es ir y verlo. En la Antártida estuvo muy poca gente, pero están los satélites para mandar fotos, sabemos mucho del espacio exterior, menos del fondo del mar pero aún menos del interior de la tierra cercana a la superficie».

La inquietud que mueve a los espeleólogos es, según cuenta Manteca, la propia exploración: conocer lo desconocido. Y descarta comparaciones con el himalayismo porque, a diferencia de los montañeros, no saben con lo que se va a encontrar, no puede echar un vistazo previo. La oscuridad lo envuelve todo. «La comparación para mí es la exploración del siglo XIX, como cuando Burton subió el Nilo en busca de su nacimiento», apunta. Sólo que ellos lo hacen bajo tierra.