De Bañugues recuerdo la vida entre gaviotas y güinches que giraban sobre brea y nordeste. Y aquellos chatarreros con furgones muy viejos, que rompían el silencio voceando qué compraban. Y radiantes mañanas como ilusiones nuevas. Y lanchas, bien pintadas, con nombres de mujeres. La Ribera, Cerín. La sirena de Peñas, con su ronco lamento. La calma de El Llugar, La Quintana y la escuela. La tienda de Benina. La bruma mañanera que tapaba Llumeres. De Luanco, Santa Ana, su blanco cementerio entre eucaliptos altos. El Crucero y Falín, con carbón siempre a cuestas. El gris economato. La cochera y los Roces. La conservera, el ruido de sus máquinas lentas. Don Ignacio y la fiebre. El Adel. Las Delicias. La Hestoria y sus bohemios. Y el olor a tergal de grandes almacenes.

De Bocines y Cardo, los prados extendidos, sus huertas cultivadas, sus casonas antiguas, con palmera y balcones, sus cuadras gigantescas, sus paneras esbeltas, toda su superficie como riqueza en ciernes. Y el cuerpo de Antromero, amante de la playa. De Nembro aquel ramal que lleva a Susacasa. Y la loma de Busto, que nunca se divisa. Y las fincas hermosas que lindan con Balbín. Y el molino del cruce que había en Faraguyes. Y los molinos de agua de San Jorge de Heres. Heres, horizonte y maizales, primavera y verbenas, Gelaz. Ladia y su carro con berzas y con leche.

En Viodo estaba todo. El Ferrero y el vértigo. Solarriba, Tezán. Caminos conocidos, caserías muy prósperas, seres inolvidables. El pan más delicioso. Viodo fue grande en mí. Había tanta luz como ahora tanta muerte. Y de Verdicio aún veo la iglesia que se asoma, las dunas que admirábamos, el viento de Tenrero, las curvas que conducen a Podes y a su gente. El Caleyón, mi infancia, Jesusa, Adolfo, agosto, la leche recudida, el candor de Avilés, el corredor que mira la silueta de Ambiedes. Ambiedes, lejanía de donde viene el médico y allí donde mi tío descansa eternamente. Atajos que se escurren por el suelo de Vioño. Lindes de Manzaneda, pomaradas inmensas que suponen el mundo, palacios escondidos, castañedos que cercan la mudez de Budores, matorrales que envuelven el pasado y sus puentes.

Laviana y sus fronteras, Zeluán, Endasa, Nieva. Qué largo aquel trayecto que hicimos tantas veces. Siderurgia y canteras, tolvas, fábricas, dragas, grúas descomunales, barcos, óxido, humo. Parroquia en la que acaba la gama de los verdes. Gozón, hierba, salmoria, acantilado y raza, comarca que resurge, tradición que perece.