Después de celebrar sus últimos oficios el día 4 de octubre, conmemoración de su patrono y fundador, los franciscanos andan de mudanza. Tras más de setecientos años de presencia en la villa los frailes abandonan la villa. Cada vez eran menos, ya sólo quedaban dos y las vocaciones escasean en la orden. Así que se despiden.

Salvo para los fieles y, especialmente, para los devotos de los santos mendicantes poco se va a notar. Seguramente será éste un suceso de interés para los historiadores, estudiosos y curiosos de la historia avilesina, que anotarán en sus anales. Puede que también lo sientan los menesterosos y los pícaros que demandaban una caridad a las puertas de la iglesia o del convento, que por algo estos frailes fueron los que inventaron aquello del pan de san Antonio y de la sopa boba. Pero la verdad es que la inmensa mayoría de la población se mostrará totalmente indiferente, mayormente porque ni tan siquiera sabía que hubiera franciscanos en el pueblo y muchos que ni aún existieran aún tales frailes. Se diría que los hermanos menores son una reminiscencia del medioevo.

Efectivamente y haciendo un poco de memoria, la orden de menores fue una comunidad de frailes que surgió a comienzos de la baja Edad Media, en los inicios de la lentísima agonía del feudalismo, allá cuando surgieron los principios de la burguesía y de la sociedad capitalista en cuya pujanza ahora vivimos. Su fundación se debe al hijo de un rico mercader de la ciudad italiana de Asís, que se llamaba Juan Bernardone y que era conocido por el mote de "il francesco" que, traducido, significa "el francesito", porque su padre comerciaba con telas francesas, su madre era provenzal y él gustaba de las entonces refinadas formas de los trovadores, que de aquella era lo que más divino de la muerte. Con tales antecedentes al francesito le dio un esparaván y decidió abandonar su posición y las riquezas familiares, vistiendo harapos y durmiendo en chozas. Con ese ejemplo personal predicó una original interpretación del cristianismo que rozaba la herejía. En aquellos inicios del capitalismo y del afán de lucro, postulaba la pobreza extrema como la máxima virtud. Por aquel entonces en que la sociedad comenzaba a explotar masivamente los recursos de la tierra, sustentaba la teoría de que todo cuanto hay en ella es igual que el hombre, porque todo es creación de Dios y, por lo tanto, todas sus criaturas son hermanas. Hermano sol, hermana luna, hermana tierra, hermana tórtola, hermano lobo y, ante esa inmensidad, él y sus compañeros sólo "fratelli minori", hermanitos pequeños. Una revolución teológica.

Con tales teorías, los franciscanos tuvieron una gran influencia en el pensamiento occidental durante siglos. En muchos momentos se fueron adocenando y, por un éste o un aquél, dulcificaron sus postulados y su práctica. Pero en otros tantos surgieron movimientos que reivindicaron la pureza de su fundador, a veces de forma radical y herética para la Iglesia. Hoy andan de capa caída, como vemos que hasta tienen que abandonar Avilés por carencia de personal. La orden mengua, mas he aquí que sus teorías han impregnado a la sociedad de tal manera que el franciscanismo está ahora más presente que nunca en la historia. ¿No son acaso franciscanos los que se oponen a las corridas de toros y, en general, los defensores de los animales y demás ecologistas? Su fundamento no es científico, porque contraría la teoría de la evolución de las especies. Es pura teología franciscana. Así que paz y bien.