Que José Ignacio Gracia Noriega es un escritor prolífico es, más que una verdad, una evidencia. Pero como incluso lo evidente necesita una explicación, yo añadiría que lo cuantitativo, que no lo cualitativo, de su dimensión como escritor no se lo dan sus libros, que son muchos y, en general, de muchas páginas, sino su faceta periodística. Ha escrito tanto en los periódicos que quizá sólo él tenga una idea cierta de esa magnitud. Y digo esto porque, más que la sospecha, tengo la certeza de que es muy cuidadoso con sus papeles, desde los originales o sus copias hasta los convertidos en letra impresa. Deben formar auténticas montañas. Por eso, además de para dar cabida a su biblioteca, necesita una casa grande.

Lo más notable de esa actividad es que la ha ejercido desde fuera de los periódicos, pues nunca ha sido lo que se dice un periodista profesional, por estar encuadrado en la plantilla de una empresa. Pero el hecho de ser lo que en el mundo de la Prensa se conoce como un colaborador, no le ha impedido tener una presencia extraordinariamente notoria en las páginas de los periódicos. De muchos periódicos, habría que añadir, aunque sin duda es en LA NUEVA ESPAÑA donde su presencia es la más importante. Y utilizo el verbo en presente porque esa presencia no sólo se detecta en los tomos de la colección sino en los ejemplares que siguen saliendo cada día.

Como escritor de periódicos, su firma ha aparecido prácticamente por todas las páginas, salvo, tal vez, las de economía. Las "cuestiones fenicias", como él las llama, las trata en la correspondencia privada, de la que sospecho que alcanza también la suficiente magnitud como para merecer un estudio específico. Y al hablar de las distintas secciones no excluyo la muy leída -mucho más de lo que la gente piensa- de Cartas al Director, que ha utilizado, sobre todo, para las réplicas, precisiones, puntualizaciones y demás lances de esgrima dialéctica a las que le empuja el carácter combativo del que hablaremos luego.

De toda esa ingente producción pueden deducirse los contenidos, agrupándolos por temas o especialidades y, dentro de ellas, por materias. Gracia Noriega siempre se ha sentido atraído por la crítica. Le recuerdo, por ejemplo, como un pionero de la crítica gastronómica en Asturias. También ha dejado muchas muestras de crítica cinematográfica, en las que siempre ha quedado de manifiesto su pasión por los grandes clásicos del cine americano. Como son también los clásicos sus preferidos entre los escritores. Si yo me viera en la tesitura de apostar por su mayor querencia, no dudaría en hacerlo por la crítica literaria, por conocimientos y por agudeza. Es sin duda un muy buen lector. Otra cosa es que él mismo se autoimponga límites sobre lo que quiera leer, algo que seguramente tenga más que ver con la elección de una posición que interese a su condición de polemista. Ha hecho también aportaciones en las que la erudición ha ido de la mano de la imaginación. Su larga serie de "Entrevistas en la Historia" sería un buen ejemplo, al resucitar a personajes, conocidos u olvidados, para hacerlos hablar para el lector de hoy.

Pero, si de géneros periodísticos hablamos, José Ignacio Gracia Noriega es, de forma especial, un comentarista de la actualidad y sus secciones propias, llámense "Bajo las nieblas de Asturias" o "Mirador se sombras", responden a ese reto, difícil como pocos, de nutrirse de lo más significativo de lo que ocurre cada día, metabolizarlo y, con las artes que proporciona el oficio de escritor, transformarlo en una propuesta para el lector.

Todo eso no ocurre de una forma, digamos, natural. Si escribir es un trabajo duro, hacer de la escritura la actividad fundamental, profesional, de una persona lo es mucho más, pues exige no sólo mucha dedicación sino también mucha disciplina. De las cualidades al respecto de Gracia Noriega pueden hablar, por banal que parezca, sus originales. Esos artículos mecanografiados en folios con los márgenes muy apurados, hacia todos los extremos y ocupando el espacio hasta el último centímetro, pero sin desbordarlo nunca, son, por banal que parezca decirlo, una señal de precisión.

Si de oficio hablamos, el de Gracia Noriega es el de un escritor en el que resplandece, ante todo, la claridad. Sabe lo que quiere decir y lo transmite al lector con precisión y de forma inteligible, con un dominio del idioma en el que lo funcional prevalece sobre lo ornamental. Al Gracia Noriega que escribe en los periódicos le importa mucho menos lucir su estilo que expresar ideas. Por otra parte, siempre ha preferido los cañonazos a la pirotecnia.

Y es evidente que los cañonazos provocan estragos. Pero eso es precisamente lo que pretenden los polemistas y Gracia Noriega ha optado siempre por esa posición, arrostrando sus riesgos. Espero que me perdone la paráfrasis, pero si García Márquez dijo alguna vez que él escribía para que le quisieran más sus amigos, Gracia Noriega ha dado a entender no pocas veces que lo hacía para que le aborrecieran sus enemigos, o, al menos, que no lo tuvieran por indiferente. Como mi intervención no responde a la pretensión de ser una apología sino una aproximación personal y, por tanto, subjetiva a la figura que protagoniza esta jornada de los Cursos de La Granda, debo decir que a veces no he estado de acuerdo con las cosas que escribía Gracia Noriega o, para ser más precisos, con la forma en que las decía. Y que, como responsable del periódico, pude verlas antes de su publicación. Pero en este caso, y en otros similares, siempre tuve claro que sus opiniones y enfoques respondían a su libertad y que tenía tanto derecho a expresarlos como sus lectores a leerlos. Y los periódicos no deben estar para recortar los derechos de escritores y lectores sino para que, permitiendo que los ejerzan, puedan encontrarse. Con Gracia Noriega esos encuentros no son, precisamente, los de una minoría. Si fuera así, difícilmente estaríamos hoy aquí.